(29/10/16)
Evangelio según San Lucas 19, 1-10.
Jesús entró en
Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico
llamado Zaqueo, que era el jefe de los publicanos. Él quería ver
quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era
de baja estatura. Entonces se adelantó y subió a un sicómoro para
poder verlo, porque iba a pasar por allí. Al llegar a ese lugar,
Jesús miró hacia arriba y le dijo: “Zaqueo, baja pronto, porque
hoy tengo que alojarme en tu casa”. Zaqueo bajó rápidamente y lo
recibió con alegría. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: “Se
ha ido a alojar en casa de un pecador”. Pero Zaqueo dijo
resueltamente al Señor: “Señor, voy a dar la mitad de mis bienes
a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces
más”. Y Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta
casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el
Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.
Una vez más, el Señor
muestra la universalidad y la grandeza de su misericordia. Es como
los rayos del sol que penetran hasta iluminar un patio, un claustro,
un jardín o una pradera. El hombre creado a su imagen, tiene un
profundo deseo de conocer la verdad y de ser feliz también. Es por
ello que Zaqueo experimenta el deseo de ver a Jesús. Se cuenta que
preguntaban una vez a Chesterton, que pensaba él sobre la vida
después de la muerte, y él respondió: “Solo sé que experimento
una gran curiosidad”. La misma curiosidad tal vez que movió a
Zaqueo a subir al sicómoro para poder ver quién era Jesús. Zaqueo
era un publicano, que a los ojos de los fariseos y de todos los
judíos sobre quienes influía el pensamiento de dicha clase
religiosa, los publicanos eran considerados pecadores públicos, ya
que cobraban los impuestos que los romanos recaudaban de los judíos
y se cobraban un interés para ellos mismos, con lo cual explotaban a
sus propios hermanos de religión. De ese modo era como acaudalaban
grandes riquezas y por ello eran mal vistos por sus hermanos
israelitas. Pero sin duda que el dinero no era lo único que contaría
para Zaqueo, y eso lo demuestra su curiosidad de ver a Jesús.
Entonces el sol invade con su luz: Zaqueo baja pronto que debo
alojarme en tu casa. Es el Señor y el dueño de las almas, que tiene
sed de la salvación de todos los hombres, a quienes ha descendido y
con quienes quiere estar a través de su encarnación. Él ha venido
para curar la enfermedad del pecado y sanar al pecador. Se requiere
del pecador precisamente lo que vemos en Zaqueo: una verdadera
conversión a Dios y a la vida de sus mandamientos, con el propósito
de enmienda del pecado y de no volver a caer en él. Es verdad Dios
quiere lo que decían los antiguos romanos: Mens sana in corpore
sano; y el pecado es lo que pervierte esta realidad, y todo aquello
que lo fomente. Dios quiera concedernos corazones verdaderamente
arrepentidos y convertidos a la vida que Él nos ha traído, y que
por su gracia significa que Dios habita en el alma. El Señor nos
conceda también sociedades sanas donde las leyes se ajusten a los
mandamientos de la Ley Divina y no atenten contra ellos, sino que más
bien los fomenten. La ley positiva humana debe fomentar la ley
natural y nunca contrariarla. Esta es y será verdadera sanidad de
mente y de cuerpo que tanto necesitamos los hombres del siglo XXI.
Pbro. José Augusto
D´Andrea
Capellán Castrense