Nos preparamos para la Solemnidad de la Virgen el 8 de diciembre con el mes de María

Leemos en el Libro de la Sabiduría (7, 24-28)
La Sabiduría es más ágil que cualquier movimiento; a causa de su pureza, lo atraviesa y penetra todo. 
Ella es exhalación del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Todopoderoso: por eso, nada manchado puede alcanzarla. 
Ella es el resplandor de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios y una imagen de su bondad. 
Aunque es una sola, lo puede todo; permaneciendo en sí misma, renueva el universo; de generación en generación, entra en las almas santas, para hacer amigos de Dios y profetas. 
Porque Dios ama únicamente a los que conviven con la Sabiduría.

Sede de la sabiduría es uno de los títulos con que el pueblo cristiano honra a la madre de Dios. 
En la Sagrada Escritura el término Sabiduría refiere en el Antiguo Testamento a la ley de Moisés (la Torah); y en el Nuevo Testamento a la persona de Cristo.
Principalmente, la sabiduría, tal como está expresada en los libros sagrados, revela el pensamiento divino y sus proyectos, tal como se manifiesta en la historia de la salvación; es decir, todas las maravillas que Dios lleva a cabo en la creación (Si 42,21-43 33a, Sab 9,9) y en la vida de los hombres.
Por lo tanto, lo que se puede saber de la sabiduría bíblica es de naturaleza estrictamente religiosa. Ella nos instruye sobre lo que Dios piensa, quiere y obra en orden a nuestra salvación. 
Con el sí de la anunciación María acepta servir al designio de Dios salvador. Jesús, la Sabiduría eterna del Padre, habitará en Ella. Desde aquel día la historia de Jesús es también su historia. Hechos y palabras de Jesús serán los motivos ahora de su contemplación sapiencial. 
María es sede de la sabiduría en un doble sentido: carnal-biológico, porque llevó en su seno al Hijo de Dios, que es la sabiduría encarnada; y ético-espiritual, porque acogió la palabra de Dios, haciéndola objeto de amorosa custodia en lo intimo de su corazón y tratando de penetrar sus contenidos que poco a poco se aclaraban, sobre todo en sus aspectos oscuros. Su bienaventuranza no consiste solamente, según la enseñanza del mismo Cristo, en haber dado a luz a Jesús según la carne, sino en haber prestado fe a la palabra del Señor. Pues incluso la misma maternidad divina fue consecuencia del Si dicho al Ángel, de su pronta obediencia al querer del Padre. Ella llevó a Jesús, como decía Agustín, antes en el corazón que en su seno.
Tal es también la vocación de toda la iglesia. También ella es llamada a escuchar y profundizar incensantemente el sentido de las Escrituras. Los acontecimientos del mundo en medio del cual vivimos y obramos; cada acontecimiento concreto, tanto en la historia de la iglesia y del mundo, como en la historia personal, nos sirve para confrontarnos con la palabra profética de Jesús: "Yo estoy con vosotros siempre... hasta el fin del mundo" (Mt 28,20). Esta palabra de Cristo, se realiza en cada uno de sus discípulos, a semejanza de María, se hace presencia divina en el alma del fiel: "Si alguno me ama –dice Jesús-, observará mi palabra, y el Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23). 
Roguémosle al Señor que nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de saber escuchar su Palabra y de ponerla en práctica. Amén
(21/11/17)