(09/10/16)
Evangelio según San Lucas 17, 11-19:
Mientras se dirigía a
Jerusalén, Jesús pasaba a través de Samaría y Galilea. Al entrar
en un poblado, le salieron al encuentro diez leprosos, que se
detuvieron a distancia y empezaron a gritarle: “¡Jesús, Maestro,
ten compasión de nosotros!”. Al verlos, Jesús les dijo: “Vayan
a presentarse a los sacerdotes”. Y en el camino quedaron
purificados. Uno de ellos, al comprobar que estaba curado, volvió
atrás alabando a Dios en voz alta y se arrojó a los pies de Jesús
con el rostro en tierra, dándole gracias. Era un samaritano. Jesús
le dijo entonces: “¿Cómo, no quedaron purificados los diez? Los
otros nueve, ¿dónde están? ¿Ninguno volvió a dar gracias a Dios,
sino este extranjero?”. Y agregó: “Levántate y vete, tu fe te
ha salvado”.
Con este samaritano
curado de su lepra, y que vuelve a Jesús para darle gracias, sucede
algo parecido a lo acontecido a Naamán el sirio y el profeta Eliseo.
Es un no israelita el que recibe el don de Dios, y es también él
mismo el que cambia su corazón para dar gracias y reconocer a Dios.
A través del milagro de Naamán, Dios había prefigurado que algún
día su Alianza salvadora se haría ya no solamente con el pueblo de
Israel, sino con todos los pueblos de la tierra. Lo mismo sucede en
el evangelio, cuando es solamente el samaritano, es decir el no
israelita, el que vuelve reconociendo a Dios en Cristo, para darle
gracias. El nuevo pueblo de Dios, con el cual habría de pactar su
Nueva Alianza, habrá de estar tomado y conformado con hombres
provenientes de todas las razas y pueblos, es decir que habrá de ser
universal, que en griego se dice “Católico”. Sin duda que Israel
tuvo una misión providencial en la Antigüedad, la de ser el
portador del depósito de la fe, cuando todos los demás pueblos eran
idólatras, es decir que adoraban falsos dioses, cuyas estatuas y
figuras le fueron prohibidas a los israelitas. No sucediendo lo mismo
con la imagen de los dos ángeles o querubines que Moisés debía
poner sobre el propiciatorio del Arca de la Alianza. También el
Mesías prometido a Adán para toda la humanidad habría de venir por
la raza de Israel. Pero una vez venido la bendición del perdón de
los pecados y la salvación de Dios tendría que llegar a todos los
hombres. Como el samaritano y también como Naamán el sirio, durante
muchos siglos el evangelio ha cambiado el corazón de todos los
hombres que reconociendo el don de la salvación de Dios en Cristo
han venido a formar parte de la Católica para vivir una vida
cristiana dando siempre gracias a Dios por todos los dones de su
misericordia y omnipotencia. Solamente el haber sido creados por Dios
ya amerita de nuestra parte el darle culto y reconocerlo. Pero además
su omnipotencia no ha sido menor al manifestarnos la misericordia y
el perdón de los pecados. Se requiere de parte nuestra dar lugar a
una verdadera conversión para creer en Él y dejarle obrar en
nosotros su gracia. Hoy como ayer el mensaje de Cristo es el mismo:
“Conviértanse y crean en el evangelio”. “El que crea y se
bautice se salvará, el que no crea se condenará”. Debemos pedir
la gracia de Dios por todo el mundo, especialmente en un tiempo de
crisis de fe: “que venga a nosotros el reino de Dios”. Cristo es
el que lo trae y ese Reino es la “Católica Iglesia”, a Él en
Ella hay que acercarse para gloria de Dios y salvación de los
hombres.
Capellán Castrense