Reflexión del Evangelio del Domingo 29 de enero


29 de enero 2017. Evangelio según San Mateo 4,25-5,12.
Lo seguían grandes multitudes que llegaban a Galilea, de la Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania. Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.

El evangelio de las bienaventuranzas, y en general todo el sermón de la montaña, es el programa de lo que debemos hacer los cristianos para alcanzar la perfección del cristianismo, es decir la santidad. Desde una montaña, como antiguamente Moisés, ahora Cristo, es el que nos va a dar los preceptos mayores, ya que en el Antiguo Testamento se nos habían dado los menores. Santo Tomás de Aquino, en su Suma de Teología, en la segunda parte, donde trata de la moral, nos dice que tratará los diez mandamientos recién al final de su tratado, luego de habernos hablado, o escrito, por mejor decir, acerca de las virtudes, porque en el Nuevo Testamento o Nueva Ley es más importante lo que hay que hacer antes que lo que no hay que hacer. Así lo hace Cristo mismo, y comienza por decir que son felices los pobres de espíritu. El concepto de pobres o de pobreza es un concepto bíblico; y como la Biblia es un libro religioso, ese concepto en la Biblia también lo es. Ante todo había un contenido peyorativo de pobreza en los libros sapienciales, donde la pobreza era una consecuencia negativa de la pereza. Incluso se veía tal vez a la riqueza como el premio de la laboriosidad. Pero también en el caso de los profetas se contemplaba el término de pobres o de indigentes, como el caso de los oprimidos, a quienes Dios mismo defendía o debía venir en su ayuda, y para quienes existían preceptos sociales en el Pentateuco, para que tuvieran algo con que valerse en la vida. En tiempos de Jesús, parece que predominaba el concepto de que al hombre bueno y trabajador Dios lo bendecía con la riqueza y de alguna manera se lo veía más cerca del Reino de Dios. Jesús nos va a decir algo en sentido contrario, para él el pobre era en sentido religioso, una persona que temía a Dios y que aceptaba vivir su voluntad con una entrega confiada. Algo así como la infancia espiritual; y por ser pobre y vivir esa pobreza de alguna manera concreta estaba más cerca del Reino, incluso su pecaminosidad quedaba más purificada por la pobreza que la del hombre rico, que vivía confortablemente. Es que para escalar los más altos grados de la vida cristiana, hay que tener desprendidos los afectos a las cosas terrenales y muy unida la voluntad por el amor a Dios. Se comienza pues por la pobreza espiritual, que por el temor de Dios que conlleva, es el principio de la sabiduría, como afirmaban los libros sapienciales. Y luego de una manera gradual se van como escalando las otras bienaventuranzas con las virtudes y dones del espíritu Santo que les corresponden. A los pacientes o mansos corresponde el don de piedad. A los que lloran, o están afligidos, el don de ciencia. A los que tienen hambre y sed de justicia el don de fortaleza. A los misericordiosos el don de consejo. A los que tienen puro el corazón, el don de entendimiento. Y finalmente a los que trabajan por la paz, el don de sabiduría. Y parece que Santa Teresa de Jesús les decía a sus monjas: si quieren tener los dones del Espíritu Santo, preocúpense por practicar las virtudes y Dios dará sus dones. La humildad y la templanza podríamos decir que corresponden con la pobreza, así como la caridad a los pacificadores, en lo más alto de la escala, con el don de sabiduría.

Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense