26 de marzo de 2017. Evangelio según
San Juan 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38
Jesús,
vio a un hombre ciego de nacimiento. Escupió en la tierra, hizo barro con la
saliva y lo puso sobre los ojos del ciego, diciéndole: “Ve a lavarte a la
piscina de Siloé”, que significa “Enviado”. El ciego fue, se lavó y, al
regresar, ya veía. Los vecinos y los que antes lo habían visto mendigar, se
preguntaban: “¿No es éste el que se sentaba a pedir limosna?” Unos opinaban:
“Es el mismo”. “No, respondían otros, es uno que se le parece”. Él decía: “Soy
realmente yo”. El que había sido ciego fue llevado ante los fariseos. Era
sábado cuando Jesús hizo barro y le abrió los ojos. Los fariseos, a su vez, le
preguntaron cómo había llegado a ver. Él les respondió: “Me puso barro sobre
los ojos, me lavé y veo”. Algunos fariseos decían: “Ese hombre no viene de
Dios, porque no observa el sábado”. Otros replicaban: “¿Cómo un pecador puede
hacer semejantes signos?” Y se produjo una división entre ellos. Entonces
dijeron nuevamente al ciego: “Y tú, ¿qué dices del que te abrió los ojos?” El
hombre respondió: “Es un profeta”. Ellos le respondieron: “Tú naciste lleno de
pecado, y ¿quieres darnos lecciones?” Y lo echaron. Jesús se enteró de que lo
habían echado y, al encontrarlo, le preguntó: “¿Crees en el Hijo del hombre?”
Él respondió: “¿Quién es, Señor, para que crea en Él?” Jesús le dijo: “Tú lo
has visto: es el que te está hablando”. Entonces él exclamó: “Creo, Señor”, y
se postró ante Él.
“Yo soy la luz del
mundo. Él que me siga no caminará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la
vida”, había dicho Jesús. Y el milagro de darle la vista a un ciego de
nacimiento, además de constituir una evidente prueba de que Jesús es quien dice
ser, es un ejemplo de lo que hará el sacramento del bautismo con aquellos que
por tener la luz de la fe lo reciban, una iluminación. “Levántate, tú que
duermes y deja que la luz de Cristo brille sobre ti”, posiblemente decía un
cántico litúrgico que san Pablo trae a colación en la carta a los efesios, tal
vez cantado para la ceremonia bautismal. Todo el relato del milagro del ciego está
narrado como si fuera un proceso judicial. Los fariseos son los que llaman al
ciego a comparecer y a “dar gloria a Dios”, que era una imprecación propia de
dichos procesos para un hombre confesara la verdad, o restituyera el honor a
Dios, si éste había sido conculcado. En otro momento también llaman a
comparecer a los padres del ciego que no se animan a dar testimonio a favor de
Jesús para no ser expulsados de la comunidad sinagogal. Pero será el mismo
ciego, el que dará muestras de tener la luz de la fe, ya que él dará testimonio
flagrante del origen divino de Jesús. Los fariseos y sumos sacerdotes se
escudarán en su fe en Moisés, pero le dirán al ciego que ellos no saben de
dónde viene este hombre (Jesús). Es entonces cuando la argumentación del ciego
cobra un vuelo elevadísimo. Eso es los extraordinario, les dirá, que
precisamente ustedes no sepan de dónde viene la autoridad y el poder de este
hombre (Jesús). Todos sabemos que Dios no puede escuchar a un hombre pecador,
en cambio, sí escuchará al justo y santo. Por lo tanto éste hombre (Jesús) debe
ser un profeta, al menos. En seguida es expulsado de la sinagoga, ya que corría
la amenaza de que todo hombre que confesara a Jesús como profeta sería
excomulgado. No tarda en ser encontrado por Jesús, quién premiará su testimonio
con el don de la fe. El Hijo del hombre, en quién debes creer es el que habla
contigo. El que había sido ciego de nacimiento lo reconoce entonces como su
Señor y Mesías. Jesús hace entonces la afirmación que él ha venido al mundo
para que los que no ven vean y para los que ven no vean. Es decir que aquellos
que se confiesen humildemente faltos de vista obtendrán la fe como don dado por
Dios, en cambio aquellos que digan ver por sus propias fuerzas humanas van a
quedar ciegos. Aún así cuando los fariseos dicen a Jesús si se refiere a ellos,
Jesús les responde que como ellos dicen ver, su pecado permanece. Han visto el
milagro evidente de Jesús, y no obstante no han creído en Él. La fe es un
completo don de Dios y también habría que pedirla de rodillas.
Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense