Homilía en la Misa de cierre de la 59° Peregrinación Militar Internacional al Santuario de Lourdes, Francia



02 de junio de 2017. Traducción al español[1] de la Homilía de Mons. Luc Ravel, Arzobispo de Strasbourg y Administrador apostólico de la Diócesis Castrense de Francia en la Misa de cierre de la 59° Peregrinación Militar Internacional al Santuario de Lourdes, Francia, del 21 de mayo de 2017.

“Dona nobis pacem”
En cada misa, antes de la comunión, cantamos: “Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, danos la paz” (“Agnus Dei quitollis peccata mundi, dona nobis pacem”).
Pacem: ¿Qué es la paz que nosotros pedimos?
Dona: ¿Por qué se nos debe otorgar?
Nobis: ¿Cómo debemos de recibirle?

1- La Paz, la paz de la cual nosotros hablamos: ¿Qué es? ¿Es ella un verdadero bien?
Si miramos la historia, la paz es confundida a menudo con la ausencia de guerra. Cuando la guerra aún no ha comenzado hablamos de paz. Allí nosotros hablamos de paz. De ese modo la paz sería sólo ausencia de guerra y la guerra la verdadera autora de la historia y, ciertamente, el impulso de nuestra vida... Nosotros conocemos los valores del guerrero: el coraje, la fuerza, la dedicación, el heroísmo, la entrega de la propia sangre. En la contracara de esta percepción, la paz aparece flexible, sin entusiasmo, sin capacidad para unir al pueblo y hacer crecer al hombre.
Por otra parte, se puede ver también la paz como un bien, pero un bien intermedio. Ella nos permite hacer con tranquilidad nuestras pequeñas tareas cotidianas. Sabemos cuánto molestan los problemas del orden público cuando queremos desarrollar nuestras tareas. Esa paz mediocre no es un gran bien para todos y en particular para todos aquellos que sufren por razones sociales. Los pobres la suelen ver como una forma de tranquilidad de injusticia concreta.
Pero Dios no ofrece ni esa paz flexible, ni esa paz disputable.
Él nos propone la paz como meta última de la cual todos se benefician. En el cielo estaremos en la gran y perfecta paz. Y ahora en la tierra nos permite degustar los primeros frutos.
¿Qué significa Paz de Dios? Es el punto de convergencia de todas nuestras buenas energías. Ella saca de cada uno lo mejor de sí mismo, sobre todo los dones y gracias personales. Y ella reúne a los hombres haciéndolos converger en un punto en común. Ni flexible, ya que ella desarrolla nuestras cualidades, ni disputable ya que ella beneficia a todos, esa paz es un horizonte de amor.

2- Ese don de la paz. ¿Por qué ella deber ser un don u otorgada?
¿Por qué no la podemos construir nosotros mismos? ¿No somos capaces de amar por nosotros mismos y de establecer ese “horizonte de amor”?
Claramente nosotros amamos. Como un niño, como un adulto, como un creyente, como un no creyente. Todos pretenden amar o haber amado en todos los idiomas de la tierra. Y esos innumerables amores, Dios no los desprecia. Ellos son como el reflejo, la marca más o menos legible de lo que Él quiere darnos. O más exactamente, esos amores humanos son la materia prima de lo que Él quiere regalarnos.
En otras palabras, no tengamos miedo de amar a nuestros niños, a nuestros cónyuges, a nuestros padres, a nuestros amigos, etc. Porque sin amor en nuestro corazón Dios no pude conducirnos al amor hermoso.  Pero al mismo tiempo, controlemos sinceramente nuestras deficiencias: quedará en mi memoria por mucho tiempo la confesión de un marido que lloraba: yo me voy a divorciar. Amo a mi esposa, pero no podemos vivir juntos. Nuestro amor humano puede ser hermoso, sin embargo no puede sortear todo aquello que nos separa de la otra persona. Nos amamos a menudo mal y débilmente, salvo si ese amor es encendido por el don de Dios.
Ese hermoso amor viene del Cielo pero debe de ser recibido, aceptado. ¿Cómo? Tres consejos para cada uno de nosotros antes de recibir esa paz del amor: Pedir, pedir con frecuencia y firmeza: ¡Señor danos tu amor! Implórale a Él porque ese amor es indispensable. Acepta ser desbordado, no todo puede ser controlado. Ese Amor con mayúsculas nos sorprende y nos conduce allí a donde muchas veces no queremos ir.
Cuida el vínculo con Cristo. No se puede amar sin Él, pero ese cuidado tiene que estar hecho con los ojos puestos en su Palabra, a su imagen y semejanza.

3- Estamos llamados a recibir ese amor. Nosotros, todos juntos, sosteniendo el camino de la justicia.
Concentremos nuestra atención en el término “Nobis” que designa una comunidad y no solo una persona.
En efecto, constatamos que esa paz de amor lleva su tiempo para establecerse. El motivo, me parece que es el siguiente: Nosotros pedimos el amor que Dios nos da repetidas veces ya que es un buen Padre. Pero nosotros no hacemos nuestra parte del trabajo. Por esta razón ese amor no fructifica, sino que se evapora ante la primera dificultad; se disipa cuando surge alguna complicación social.
Esta tarea a realizar juntos por los hombres es el establecimiento de la justicia.
Sobre este punto, hemos cometido muchos errores al intentar practicar la caridad en nuestros movimientos de solidaridad y en nuestras asociaciones caritativas y, al mismo tiempo, no hemos puesto nuestros mejores esfuerzos para establecer la justicia ante nosotros.
Hemos soñado con una caridad sin justicia, un hermoso árbol sin el suelo (donde poner sus raíces).
Este error es más frecuente de lo que uno piensa. La justicia entra en juego entre nosotros trabajando en nuestras familias, en nuestras empresas, en nuestras ciudades y la política, en esto, es la primera responsable. 
Para esta paz magnífica: tiene Dios el amor, tiene el hombre la justicia. De Dios viene el don vivo del amor, pero el hombre tiene la responsabilidad de instaurar lentamente la justicia. Y la justicia es un trabajo en común porque no es posible establecer la justicia por sí mismo aisladamente.
Es necesario pensar en el amor, pero sin olvidar la justicia. Podemos reclamar el amor que se irradia, pero sin despreciar la justicia que es su soporte.
Puede haber destellos en el amor, pero no en la justicia. Ella se da lentamente, con esfuerzo, con subidas y bajadas.
Ciertamente, amamos antes que la justicia no esté plenamente establecida. Pero amamos buscándola sin descanso. La justicia es un camino y esa ruta, que no debemos abandonar, es larga. El amor que ha dejado la ruta de la justicia se pierde y no ofrece jamás la paz, la hermosa paz, la paz como un torrente entre los hombres, la paz como un río entre las Naciones.
Señor, ten piedad. Señor, danos la paz.

 Luc Ravel
Arzobispo de Strasbourg
y Administrador apostólico de la Diócesis Castrense






[1] Traducción libre realizada por el Capellán Mayor del Ejército, Pbro. Oscar Ángel Naef.