(20/07/16) Evangelio según San Lucas 11, 1-13.
Un
día, Jesús estaba orando en cierto lugar, y
cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: “Señor, enséñanos a orar,
así como Juan enseñó a sus discípulos”. Él les dijo entonces: “Cuando oren,
digan: Padre, santificado sea tu Nombre, que venga tu Reino, danos cada día
nuestro pan cotidiano; perdona nuestros pecados, porque también nosotros
perdonamos a aquellos que nos ofenden; y no nos dejes caer en la tentación”.
Jesús agregó: “Supongamos que algunos de ustedes tiene un amigo y recurre a él
a medianoche, para decirle: “Amigo, préstame tres panes, porque uno de mis
amigos llegó de viaje y no tengo nada para ofrecerle”, y desde adentro él le
responde: “No me fastidies; ahora la puerta está cerrada, y mis hijos y yo
estamos acostados. No puedo levantarme para dártelos”. Yo les aseguro que
aunque él no se levante para dárselos por ser su amigo, se levantará al menos a
causa de su insistencia y le dará todo lo necesario. También les aseguro: pidan
y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que
pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Hay entre
ustedes algún padre que da a su hijo una piedra cuando le pide pan? ¿Y si le
pide un pescado, le dará en su lugar una serpiente? ¿Y si le pide un huevo, le
dará un escorpión? Si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus
hijos, cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a aquellos que se
lo pidan”.
De
la virtud de la esperanza surge la oración, especialmente la oración de
petición; ya que esperamos recibir de Dios todos los dones que necesitamos en
esta vida para alcanzar la salvación de Dios, dones tanto materiales como
espirituales; y finalmente será Dios mismo quién se nos dé en la visión del
cielo. Para enseñarnos a pedir todo lo que necesitamos, Jesús nos transmite el
Padrenuestro como modelo de toda oración. Es impresionante ver en el Evangelio
de qué modo Jesús, en diversas oportunidades se pone a orar, como un entregarse
a Dios, su propiamente Padre, en amor y obediencia. También en su humanidad
asumida Jesús necesitaba los dones del Padre para cumplir su voluntad. Por ser
el Verbo de Dios encarnado, Jesús poseía cuatro ciencias: la ciencia adquirida,
como la que tenemos nosotros, que aprendemos cosas que no sabemos a través de
los sentidos; la ciencia infusa, como la que tuvo Adán antes de su caída; la
ciencia de visión, porque Cristo era simultáneamente viador y comprehensor, o
sea que su alma humana veía a Dios como lo ven las almas de los bienaventurados
que ya han llegado al cielo, después de esta vida; y la ciencia divina por ser
Dios. No podemos saber o entender con qué ciencia contemplaría Jesús al Padre
en su oración, ya que no se puede entender el misterio de la Encarnación, sino
que lo sabemos por revelación de Dios; pero de ahí a entenderlo es imposible.
Sin duda que Jesús también oraba como nosotros, o más bien experimentaba en su
alma en grado sublime, lo que los santos han experimentado. Santa Teresa
definía la oración como tratar de amistad o de amor con aquel que sabemos nos
ama. Sin duda que orar se trata de amar. A Dios se lo ama en la oración. Sería
falso decir que amamos a Dios cuando nunca oramos para estar con Él.
Perseverancia,
confianza y humildad son las condiciones para hacer una buena oración. Jesús
nos enseña que Dios es nuestro Padre, y mucho mejor que un padre humano; por
eso es que nunca dejará de darnos lo que le pedimos, especialmente si pedimos
algo que sea bueno para nosotros. El bien supremo consiste en el mismo Espíritu
Santo. Lo piden especialmente los santos, y si nosotros queremos llegar a
serlo, debemos pedirle a Dios la misma gracia de la santidad, ya que no se
trata de algo que se pueda lograr con las solas fuerzas humanas, sino que más
bien se trata de un don de Dios. San Lucas trae como parte del Padrenuestro
cinco peticiones; San Mateo trae siete. Pero lo primero es siempre reconocer al
Padre como Jesús nos lo explica. Sí, Cristo vino al mundo para explicarnos al
Padre, y es el amor del Padre el que Él nos expresa, especialmente al morir
crucificado por nosotros. Lo que más se opone al Padre son nuestros pecados,
que Cristo ha borrado y perdona en nosotros, si lo dejamos hacer a través de
los sacramentos. Y debemos pedir siempre el Reino de Dios, del cual estamos hoy
más lejos que en otras épocas de la historia.