(06/11/16)
Reflexión del Evangelio según San Lucas 20, 27-38.
“Se le acercaron
unos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: “Maestro,
Moisés nos ha ordenado: “Si alguien está casado y muere sin tener
hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la
viuda”. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y
murió sin tener hijos. El segundo se casó con la viuda, y luego el
tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia.
Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos,
¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?”.
Jesús les respondió: “En este mundo los hombres y las mujeres se
casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo
futuro y de la resurrección, no se casarán. Ya no pueden morir,
porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser
hijos de la resurrección. Que los muertos van a resucitar, Moisés
lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor
el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él
no es Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven
para él”.
Los
saduceos, eran un grupo religioso en el Israel de tiempos de Jesús,
que decían atenerse solamente a la Torá, es decir a los cinco
libros de Moisés como fuente de sus creencias, sin agregarle nada a
lo dicho allí. Querían diferenciarse así del otro grupo religioso,
que era el de los fariseos, que decían poner en práctica todo lo
contenido en los preceptos de la Torá; pero sin embargo, agregaban
cosas y prácticas que allí no estaban dichas. En su supuesta
práctica tradicional, agregaban en la teoría lo no contenido en la
Palabra de Dios. Así las cosas, los saduceos, tomando como pretexto
el atenerse a sola la Torá, en teoría quitaban cosas contenidas, y
así ya no creían en las almas espirituales de los hombres, en los
ángeles y en la resurrección. Siempre habían sido algo
materialistas y ateos, y hacían componendas con los imperios
políticos de turno para gobernar a Israel; de sus filas eran
nombrados los sumos sacerdotes, como Anás y Caifás, quienes habían
llegado a ese cargo en tiempos de Jesús. Oponiéndose tenazmente a
no creer en la resurrección, le plantean a Jesús el caso de los
siete hermanos y su viuda, que siguiendo la llamada ley de levirato,
habían casado la misma mujer para dejar descendencia a su hermano
antecedente sin lograrlo. Si hay algo como la resurrección pues
entonces ¿de quién será mujer en ella? No dejaba de haber algo de
burla irónica en la cuestión, una sonrisa por lo absurdo de la
misma. En su respuesta Jesús los lleva al campo de la gloria de la
resurrección. Allí ya no habrá más muerte, y el matrimonio no
será necesario, ni existirá siquiera, ya que los hombres y mujeres
resucitados para la visión beatífica, y para habitar los cielos y
la tierra nueva que serán gloriosos también, serán como ángeles y
no morirán jamás. Luego los lleva al mismo terreno en que los
saduceos se apoyaban para no creer en la resurrección: la Torá, los
cinco libros de Moisés. Allí, les viene a decir Jesús, si se habla
dejando a entender que habrá resurrección, cuando en los tiempos de
Moisés, Dios mismo se llama el Dios de Abraham de Isaac y de Jacob;
porque Abraham, Isaac y Jacob no están muertos, sino que sus almas
viven aguardando la resurrección. Para ya entonces Platón,
filosóficamente, había probado la inmortalidad del alma, en su
diálogo Fedón; y Aristóteles haría afirmado el hecho de la
materia signada por la cantidad como principio de individuación, por
el cual una alma solo puede informar un solo cuerpo y siempre solo el
mismo con lo cual había dejado abierta la posibilidad de la
resurrección y cerrado la puerta a la reencarnación de gusto
oriental. Es que los orientales nunca pudieron llegar a entender el
tema del tiempo histórico, y una manera de negarlo es afirmar la
necesidad de que todo siempre se repite por ciclos interminables, que
son pura fantasía. La fe católica solo cree en la resurrección de
la carne; no en la reencarnación. Sencillamente porque Cristo
resucitó.
Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense