(07/11/16)
Primera Conferencia desarrollada por el Pbro. Oscar Angel Naef, Director de la Residencia Universitaria San José en el
ciclo de extensión cultural de la Fundación Universitaria San José
para los estudiantes de la Residencia. Septiembre de 2016.
1.-
ÉTICA. DEFINICIÓN.
1.1.-
Ética. Definición nominal
La
palabra ética procede del griego ethos,
que significa costumbre, y equivale al término moral derivado del
latino mos.
Tanto en uno como en otro caso se expresa un modo connatural de
obrar. La ética o filosofía moral vendría a ser la ciencia que
estudia la conducta humana o las costumbres de los hombres.
Esta
terminología fue la comúnmente utilizada durante muchos siglos. En
la actualidad se ha dado a los términos ética o moral significados
muy diferentes o con diversas connotaciones muy alejadas de aquel
origen.
1.2.-
Ética. Definición propia o real
La
ética pertenece a un conjunto grande de ciencias catalogadas
globalmente bajo la denominación de “antropologías”, vale
decir, las que tienen como sujeto de sus análisis al hombre en
cuanto tal. El contenido específico de la ética es el estudio de
una dimensión particular dentro de la realidad humana: la referida a
la actividad libre, o sea, la de la conducta “responsable” y, por
ende, “imputable”. Para tener una buena definición de la ética,
hay que incluir en ella el objeto formal de esta ciencia así como su
carácter normativo. Concluimos entonces que la ética es la ciencia
que trata del empleo que el hombre debe hacer de su libertad para
conseguir su fin último.
2.-
VIDA ÉTICA
El
hombre posee una estructura propia (naturaleza) que lo caracteriza
como distinto de los demás seres. Mientras viva, será un ser
humano, vale decir, poseedor de una estructura esencial permanente.
Pero a la vez está en un continuo proceso de cambio: la vida de
todos sus estratos es una ininterrumpida sucesión de actividades
vegetativas, sensitivas, afectivas, intelectuales y volitivas. El
hombre como todo ser creado, si en el orden de su estructura
específica (naturaleza) no varía mientras exista, en el plano de su
acción cambia continuamente.
Consideramos,
entonces, que toda acción humana tiende a la realización del propio
ser (su perfección). Cada hombre es un foco dinámico de
virtualidades a realizar. Pero mientras los demás seres creados
(fuera del hombre) tienden a su perfección de un modo necesario,
siguiendo las leyes más o menos rígidas del determinismo físico,
químico, fisiológico o instintivo, la persona humana debe hacerlo
de un modo libre. A cada hombre le cabe decidir su propio destino,
eligiendo los caminos que han de conducirlo al fin propio de su vida;
por ello puede apartarse de este fin.
2.1.-
Propiedad de los actos éticos
Esto
nos introduce en un orden nuevo de cosas. La acción libre, en cuanto
acto psíquico, tiene una realidad específica a la que no afecta el
hecho de estar o no ajustada al fin de la vida humana; su rectitud o
falta de ella pertenecen a un orden distinto.
La
moralidad es la propiedad de los actos conscientes y libres que los
constituye como buenos o malos. Entra así en un ámbito nuevo, el
del ser ético, determinado por su adecuación o falta de ella a la
norma que los rige. Si se ajustan a ella, adquieren su bondad propia;
si no, su malicia. Mientras el bien es una positividad que los
enriquece y, mediante el acto enriquece a la persona, el mal no es
algo positivo, sino una falta de bien y más estrictamente una
privación; sin embargo afecta realmente al acto y por él a la
persona.
Siendo
el hombre una ser específicamente racional, todos sus actos deben
ajustarse, como a su ley propia de acción, a la razón: de este modo
alcanza la perfección. En efecto, la razón debe regular el actuar
humano, no sólo en cuanto presenta a la voluntad los motivos de su
acción y en cuanto determina el orden de los medios al fin, sino
porque la racionalidad constituye al hombre como hombre: al ajustarse
a ella el hombre avanza hacia su perfección. La norma de la
moralidad es el dictamen de la razón práctica rectificada por los
principios morales, sin los cuales ella misma carecería de
orientación.
2.2.-
Valoración ética
Toda
acción libre tiene su raíz en una motivación intelectual, que
aprehende como bueno o malo, es decir, como ajustado o no a la
perfección o realización de la persona, el objeto de la decisión
voluntaria. La voluntad, por ser libre, elige la motivación que
quiere pero la valoración ética no depende de ella ni de su
decisión, sino de factores objetivos.
Los
factores presentes en la valoración son tres: el objeto, el fin y
las circunstancias.
El
objeto de la acción: todo acto se especifica por su objeto y por
ello la acción moral tiene su primer determinante en su objeto: así
el ayudar a un necesitado es bueno y el mentir es malo.
El
fin intentado: la acción voluntaria tiene un fin que puede no
coincidir con su objeto; por ejemplo, el ayudar a un necesitado para
aliviarlo en su pobreza es bueno, pero el hacerlo con la intención
de vanagloriarse es malo.
Las
circunstancias que concretamente enmarcan la acción agravan o
acentúan su bondad o malicia (según sea el caso); por ejemplo, el
prolongar temporalmente una acción mala la agrava.
Estos
tres factores deben confluir, ya que la acción constituye una
realidad unitaria; basta que uno de ellos no sea bueno para que todo
el acto quede viciado. Sin embargo, mientras que los dos primeros
(objeto y fin) califican esencialmente a la acción, de manera que si
ambos son buenos la acción es buena y si uno de ellos no lo es la
acción es mala, el tercero sólo la califica accidentalmente,
aumentando o disminuyendo la bondad o malicia del acto.
La
valoración última, aunque debe fundarse en los tres factores
objetivos (objeto, fin y circunstancia), depende del modo como éstos
sean captados e internalizados por la persona. Puede suceder que se
realice una acción objetivamente mala con las mejores intenciones y
con la convicción de obrar rectamente y también puede suceder lo
contrario. De ahí la importancia decisiva de la conciencia, que
ejerce la función de norma subjetiva. La conciencia es un juicio; si
es recto, justifica la acción, aun cuando esté equivocado
objetivamente; si no es recto, el sujeto comete una falta, aun cuando
el acto sea objetivamente bueno. Por ello es un deber de cada uno
iluminar su conciencia con los principios morales que la inclinan a
juzgar de acuerdo con las exigencias totales de realización de la
persona.
2.3.-
Hábitos morales o éticos
La
persona humana es una realidad compleja, manifestada por tendencias
diversas y muchas veces contradictorias que urgen al yo” a obrar de
maneras divergentes. Un bien sensible, por ejemplo, puede ser un mal
para la totalidad de la persona; y dada la complejidad de los bienes
y su frecuente colisión, es preciso que la razón práctica, que
rige la acción, y la voluntad, que decide y ejecuta, adquieran
hábitos que la inclinan a obrar rectamente.
Los
hábitos son cualidades adquiridas por la repetición de actos, que
inclinan a las facultades, de por sí indeterminadas, a obrar de un
modo determinado. De más está notar que esta noción filosófica no
coincide con la psicológica, a la que, sin embargo, ha inspirado,
que considera a los hábitos como estructuras psicosomáticas
dinámicas adquiridas. Los hábitos sólo tienen por sede a las
facultades superiores, el entendimiento y la voluntad; las demás no
son indeterminadas y por ello no necesitan estos determinantes. Hay,
pues, hábitos intelectuales y hábitos morales, que se diversifican
por sus objetos respectivos.
Los
hábitos morales se centran alrededor de cuatro ejes:
—la
prudencia, virtud de la razón práctica, la inclina a mover la
voluntad de acuerdo con las exigencias racionales propias del hombre
en cada caso concreto; la hace hallar en cada circunstancia lo que
conviene hacer, con sagacidad, previsión, circunspección y
precaución;
—la
justicia, virtud de la voluntad, le confiere la inclinación a dar a
cada cual según su derecho; se trata de una virtud eminentemente
social, que hace al hombre realizarse en su dimensión comunitaria,
relacionándolo rectamente con los demás, en amistad, amor, respeto,
fidelidad, liberalidad, gratitud y equidad;
— la
fortaleza también inherente a la voluntad, la inclina a superar los
peligros y dificultades de la vida, a soportar con entereza los
fracasos y penalidades; implica magnanimidad y la magnificencia por
una parte, y la paciencia y la perseverancia, por otra;
— la
templanza, virtud de la voluntad, la inclina a moderar, ubicándolo
en su recto cauce, el gusto por los placeres sensibles, confiriéndole
moderación y honestidad; implica sobriedad, en cuanto al comer y
beber, castidad, en cuanto a la vida sexual, humildad, mansedumbre,
clemencia y modestia en cuanto a los sentimientos ante los demás.
2.4.-
La ley de los actos libres
La
acción libre está regida por el dictamen de la recta razón
práctica, norma de moralidad; si se ajusta a él, la acción será
buena; si no, mala. Pero esto, que es válido en orden individual,
debe traducirse en el plano interpersonal en preceptos que unifiquen
la variedad ineludible de apreciaciones. En efecto, aunque las
exigencias de la naturaleza racional son siempre las mismas, su modo
de captación varía según el grado de reflexión, de cultura o de
perspicacia de cada uno; por otra parte intervienen factores
pasionales, intereses, prejuicios, que obstaculizan su conocimiento.
Además las aplicaciones concretas de estas exigencias están sujetas
a los mismos factores de variación; de ahí la necesidad de
codificar normas de acción que rigen la conducta humana. Así surgen
las leyes.
La
ley es la norma prescriptiva o prohibitiva de la acción humana. En
cada sociedad existen modos de actuar imperados y vedados en vista a
la convivencia y al bien común de todos. Pero no es el único tipo
de ley; se distinguen los siguientes:
—la
ley humana, que es “el ordenamiento racional al bien común
promulgado por la autoridad social”, representa el primer tipo de
ley: se trata del ordenamiento de la actividad humana, que como todo
ordenamiento debe, a la vez, ser racional, ya que la razón es la que
ordena, adaptando los medios al fin y tener carácter imperativo,
pues se trata de realizar un orden dado; promulgada por la autoridad
social, ya que quien no tenga autoridad no puede ordenar a los demás;
si es racional debe ser justa (la ley injusta no es ley);
—la
ley natural, expresión de las exigencias propias de la naturaleza
humana, está inscripta en el ser mismo del hombre y lo obliga a
hacer el bien y evitar el mal; se manifiesta en la tendencia a
conservar el ser propio (y por lo mismo el ajeno), proveyéndolo de
los medios aptos para su subsistencia y desarrollo; en la tendencia a
la conservación de la especie, por la unión conyugal, la
procreación y educación de los hijos; en la tendencia a vivir en
sociedad según normas racionales, con todas las implicaciones que la
vida en común supone;
—la
ley eterna, que no es otra cosa que el plan eterno que el Creador de
todo ser tiene en su mente; se identifica por ello con la razón
divina, que al crear cada naturaleza la hace partícipe de su plan,
confiriéndole una estructura esencial y un modo correlativo de
actuar; de ahí que la ley natural sea una participación de la ley
eterna.
De
este modo el estudio de la ley, originariamente de tipo jurídico,
adquiere una dimensión amplísima. Las normas que las autoridades de
las diversas sociedades promulgan tienen por finalidad ordenar las
acciones de los miembros de esas sociedades al bien común; si son
justas obligan en conciencia, porque explicitan de modo concreto la
ley natural. A su vez la misma ley natural, expresión de las
exigencias propias de la naturaleza humana, es una participación de
la ley eterna. Y la ley eterna no es diferente de la misma razón
divina, fuente de la razón de ser intrínseca a las cosas. La
actividad humana se inserta en el grandioso orden dinámico del
universo, que refleja la perfección divina. El hombre, como ser
libre, puede apartarse de ese orden, pero debe ajustarse a él. Si la
conciencia es la norma subjetiva de su actuar, ésta debe regularse
por exigencias objetivas, inscriptas en su misma naturaleza como
virtualidades a realizar.
3.-
NATURALEZA DE LA ÉTICA
3.1.-
La ética como ciencia
Cuando
decimos que la ética es una ciencia, queremos decir que es un
sistema de conclusiones ciertas fundadas en principios universales.
En eso se distingue del sentido ético o moral, que juzga o se
pronuncia inmediatamente, con mayor o menor certeza, sobre la
honestidad de los actos humanos, pero que no es una ciencia.
La
ética tiene por materia los actos humanos, las acciones. Esto no
quiere decir que carezca de la profundidad especulativa y racional.
Al contrario, el problema ético es un problema racional y
filosófico, y ella tiende a formular principios universales. Vale
aclarar que estos principios se refieren esencialmente a la actividad
práctica. Por esto la ética se define como una ciencia normativa.
3.2.-
El método de la ética
El
método de la ética (ciencia normativa de la conducta humana)
necesariamente habrá de ser un método mixto: experimental o
inductivo y a la vez racional y deductivo. En efecto, puesto que se
trata de formular las leyes de la actividad ética o moral, es
preciso conocer la naturaleza del hombre; y de este conocimiento se
irán deduciendo los principios más generales de la conducta humana.
El oficio de la ética será luego, a partir del juicio universal
sobre el bien y el deber del hombre, deducir los deberes particulares
de la conducta humana, tanto individual como social. Esta deducción
supone además recurrir constantemente a la experiencia, ya que los
deberes particulares del hombre están determinados por las
condiciones en que se desenvuelve su actividad.
4.-
La ética en el contexto científico
4.1.-
Ética y antropología
La
ética, en cuanto ciencia, se subordina a la antropología filosófica
y científica (psicología) en el siguiente sentido: ninguna ciencia
prueba sus propios principios o su propio punto de partida, lo supone
demostrado o expuesto por una ciencia anterior. En el presente caso,
la ética considera los actos humanos propiamente dichos o
procedentes de la voluntad deliberada; ello implica la constatación
previa de la estructura psicológica de la actividad humana. Por ello
usamos aquí la expresión “actos humanos” en un sentido técnico,
para distinguirlos de los “actos del hombre”; estos últimos son
los realizados por un hombre (su sujeto de atribución) pero no “en
cuanto hombre, o sea, no según el modo distintivo del ser humano
comparativamente al de los seres inferiores a él. Un acto humano es
siempre deliberado y voluntario; el acto del hombre (p.ej. una acción
ejecutada en estado de inconsciencia) no. Una valoración de la
conducta humana y de su deber-ser, objetivo propio de la ética, se
encuentra por esta razón estrechamente vinculada con el concepto de
hombre que se haya afirmado con anterioridad y, consecuentemente, con
la definición de su estructura metafísica y la interpretación de
las características psicológicas de su actividad. Es menester, sin
embargo, hacer ahora una advertencia muy importante: si se concibe al
hombre-exclusivamente dentro de la escala zoológica, aunque se lo
ubique en su cúspide, nunca se dejará de tratarlo como una simple
bestia, con derivaciones de todo género muy fáciles de prever. Si,
en cambio, se acepta la existencia de una dimensión espiritual en la
naturaleza humana además de la corpórea y puramente física se
admitirá, al mismo tiempo, que el hombre es persona y, en
consecuencia, sujeto de deberes y derechos, los cuales han de ser
ineludiblemente respetados en el ámbito de las relaciones sociales.
Este solo hecho justifica la existencia de una moral. Es tal
concepción personalista, a partir del reconocimiento de la autonomía
o poder de decisión inherente al ser humano, la supuesta en nuestro
sistema ético. La ética es, por tanto, “la ciencia que estudia la
naturaleza y las propiedades de la conducta humana en orden a su fin
último”.
4.2.-
Ética y ciencias.
Se
ha dicho muchas veces que la ciencia y el arte son amorales. Se trata
de una afirmación sólo parcialmente verdadera. La ética es un
saber distinto al arte y a las demás ciencias. Pero tal principio no
sería correctamente aplicado si se intentara negar con él todo tipo
de vinculación entre las artes o las ciencias y la ética. Y ello
por dos razones:
a)
Es necesario establecer una jerarquía de valores entre los objetos
de las distintas disciplinas y ciencias. Toda ciencia o conocimiento
deben estar, ante todo, al servicio del hombre. Por tanto la ciencia
que tenga como objeto directo y propio al hombre y su actividad
superior debe ser subalternante de los demás conocimientos. No se
puede negar la autonomía de las ciencias y de las artes frente a la
ética, porque ésta es otro saber u otra perspectiva del hombre.
Pero, al mismo tiempo, ninguna ciencia, en cuanto actividad humana
subordinada a la persona, puede escapar a los límites de la moral.
El objeto de la ética es el hombre y éste, sujeto a una finalidad
inmanente y trascendente, creado a imagen de Dios, es un valor
supremo, anterior a cualquier otro valor producto de la ciencia, del
arte o de la técnica. El hombre debe ser el destinatario final de
todos los esfuerzos realizados en el campo de la investigación y de
la tecnificación.
b)
Toda actividad humana propiamente dicha constituye, al mismo tiempo,
una actividad moral. Todo acto humano está ordenado o no al
verdadero fin del hombre y, aún cuando los objetos de un arte o de
una ciencia determinados sean independientes del objeto de la ética,
el acto del artista o del científico necesariamente está dentro del
ámbito de la moral. Cuando se habla de la orientación moral de una
ciencia, no se hace referencia a la ciencia en cuanto tal sino,
principalmente, a sus representantes y cultivadores. Es ilógico e
improcedente hablar de oposición entre ciencia y ética; ello
constituye un verdadero prejuicio metodológico. Suponer que la
verdad moral entraña peligros u obstáculos para el interés de la
ciencia significaría admitir una contradicción flagrante en el seno
mismo de la verdad.
4.3.-
Ética e investigación científica
También
se dice que la moral sólo sirve de freno para el progreso
científico. A veces las normas morales se erigen en traba de ciertos
procedimientos; no se debe deducir de allí, que las normas morales
sean la expresión de un prejuicio o de un tabú. Sería más exacto
considerar valedera la afirmación contraria, es decir, que el avance
científico-técnico, obtenido de cualquiera manera y a cualquier
precio, se transforma en fuente de prejuicios y aprensiones
arbitrarias acerca del respeto debido al orden moral, social y
religioso.
Si
la ética en algún caso enjuicia la investigación, habría que
examinar con objetividad primero los motivos aducidos por ella antes
de desconocer o violar, sin escrúpulos de ninguna especie como
sucede hoy con tanta frecuencia, su normatividad. El proceder en
virtud de un principio no probado en un problema de tal magnitud, sin
avenirse a escuchar razones de ninguna especie, no es un actitud
razonable, ni compatible con la conducta leal exigible al
investigador. No se trata, entonces, de que la ética o la moral
impidan el avance, sino de que, en algunos casos, frenen en parte su
ritmo o su velocidad. Desgraciadamente, muchos no han logrado
comprender aún que el orden moral es el verdadero escudo de la
auténtica ciencia.
5.-
DIVERSAS PARTES DE LA ÉTICA
Siendo
la Ética o Moral una ciencia que debe englobar toda la conducta
humana en sus diversos matices, abarca un campo inmenso. Aún
reduciéndonos al panorama más restringido de lo propia y
exclusivamente moral, todavía son varias las ramas comprendidas hoy
dentro de los estudios éticos.
Ética
Fundamental y Ética Aplicada son las dos partes esenciales de la
Ética. En la primera de ellas se analizan los fundamentos o
principios generales del orden moral, es decir, los basamentos
primarios sobre los cuales se apoya todo el andamiaje del sistema
moral, incluyendo el mismo punto de partida de esta ciencia. La Ética
particular o aplicada, como su mismo nombre lo indica, consiste en la
“aplicación” de los principios morales fundamentales o generales
a las situaciones más concretas de la conducta moral y de la
actividad humana en general. No debe, sin embargo, olvidarse que,
tratándose de una ciencia, la ética se mantiene siempre en un
cierto grado de abstracción aunque se trate de una ciencia práctica.
No se ha de confundir, por tanto, el nivel de la ética aplicada o
concreta con el de la virtud de la prudencia y del juicio de
conciencia en los cuales se formaliza propiamente la aplicación de
las normas generales a los actos singulares de cada persona.
6.-
ÉTICA PROFESIONAL
Dentro
del panorama de la Ética aplicada, y en consideración al notable
incremento adquirido por numerosos problemas morales surgidos en el
ámbito de las diversas profesiones, ha ido afianzándose, en los
últimos decenios, el estudio de la llamada “Ética Profesional”
cuyo objetivo sería analizar las más importantes cuestiones morales
suscitadas en el ejercicio de las diversas profesiones. Esto ha dado
origen a una múltiple especialización, que cada día cobra mayor
importancia. Se le suele denominar también “Deontología” (del
griego = “ciencia del deber”).