15 de enero de 2017. Evangelio
según San Juan 1, 29-34.
Al
día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: “Este es el
Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. A él me refería,
cuando dije: Después de mí viene un hombre que me precede, porque
existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he venido a bautizar
con agua para que él fuera manifestado a Israel”. Y Juan dio este
testimonio: “He visto al Espíritu descender del cielo en forma de
paloma y permanecer sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me
envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre el que vezas
descender el Espíritu y permanecer sobre él, ese es el que bautiza
en el Espíritu Santo”. Yo lo he visto y doy testimonio de que él
es el Hijo de Dios”.
Juan da testimonio de Cristo
llamándolo, en primer lugar, Cordero de Dios. Una frase que unida o
entremezclada con el concepto de Siervo de Dios del profeta Isaías,
alude al cordero pascual que Moisés había ordenado sacrificar por
familia a la salida de Egipto. Es también el concepto de sacrificio
que ya tenía el Antiguo Testamento. Había varios tipos de
sacrificios, de expiación por el pecado, de comunión y los llamados
holocaustos donde se debía consumir por el fuego toda la víctima
del sacrificio. Pero aunque Dios declaraba perdonado el pecado de
aquellos que ofrecían el sacrificio por el pecado, sin embargo
sabemos que todos esos sacrificios no bastaban para satisfacer la
infinita dignidad Divina ofendida por el pecado del hombre; y que por
lo tanto todos esos sacrificios eran figura de aquel único
sacrificio que habría de ser suficiente, y en abundancia infinita
para aplacar la infinita justicia de Dios y su infinita dignidad
ofendida: el sacrificio de Cristo. Ello se explica por el segundo
término con el que Juan reconoce y confiesa que Cristo es el Hijo de
Dios. Si el hombre es limitado por ser creatura de Dios, en el caso
de Cristo, que se trata del mismo Dios hecho hombre, por ser
precisamente el Hijo de Dios, su sacrificio tiene también un valor
infinito y así puede no solamente borrar los pecados de la
humanidad, sino también santificarla derramando sobre ella el don
del Espíritu Santo. Juan no lo conocía hasta que ve la señal que
Dios le había anunciado y prometido: aquel sobre el cual viera
descender al Espíritu en forma de paloma y permanecer sobre él es
el que bautiza en el Espíritu Santo. Es por eso que la escena del
bautismo de Jesús por Juan, juntamente con las bodas de Caná y la
visita de los reyes magos al pesebre de Belén constituyen los tres
acontecimientos que se consideran como integrantes del misterio de
la epifanía del Señor. Epifanía significa manifestación hacia
afuera; y ello se refiere afuera de Israel, es decir que en Cristo
habría de cumplirse el oráculo del profeta Isaías acerca del
Siervo de Dios que habría de ser no solamente luz para el pueblo
Judío, sino que también sería llamado “Luz de las naciones”. A
su vez todos nosotros juntamente con los apóstoles hemos sido
elegidos por Dios en Cristo para también ser luz para los demás.
Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial, para que los
hombres viendo vuestras buenas obras vengan a la salvación, nos
diría el Señor. Vivimos en tiempos de mucho pecado pero entonces
con mayor razón estamos llamados a ser la sal de la tierra y la luz
del mundo.
Pbro.
José D´Andrea
Capellán
Castrense