Reflexión del Evangelio del Domingo I de Cuaresma


05 de marzo de 2017. Evangelio según San Mateo 4, 1-11.

Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: “Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús le respondió: “Está escrito: “El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios””. Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra””. Jesús le respondió: “También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios””. El demonio lo llevó de nuevo a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: “Te daré todo esto, si te postras para adorarme”. Jesús le respondió: “Retírate, Satanás, porque está escrito: “Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo rendirás culto””. Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.

Este pasaje del Evangelio es como la situación reversa de la que se dio en el Edén, cuando Adán fue tentado. Jardín de delicia se le llama, porque el hombre creado en gracia, estaba en plena comunión con el Creador, y gozaba de ello. Pero acontecido el pecado original, el paraíso fue perdido. Se podría comparar la situación con una composición musical para orquesta, donde de repente se oye una nota disonante. La disonancia en la creación de Dios es la soberbia del demonio y finalmente la del mismo hombre, que por desobedecer el mandato de Dios comete un atentado de autonomía moral, poniéndose en el lugar de Dios, para darse a sí mismo la ciencia de lo que está bien o mal para él. El hombre no acepta así la Ley de Dios puesta en su corazón y se rebela antinaturalmente contra ella, dándose a sí mismo otra ley que es opuesta a la de Dios. La única manera que tiene el compositor musical de arreglar la disonancia consiste en a partir de la nota discordante comenzar una nueva melodía. Así es como Dios ha obrado en Cristo, en Él ha comenzado la nueva melodía de la humildad y la obediencia en el amor a Dios y su ley. Cristo no se deja vencer por el tentador sino que Él mismo lo derrota y así se puede hablar del paraíso recuperado. Hay en Cristo un nuevo comienzo para la humanidad y por eso se lo llama el nuevo Adán. San Pablo es quien lo expone claramente. Por el viejo Adán ha entrado al mundo el pecado y la muerte, por el segundo Adán se nos ha devuelto la gracia de la justificación y la vida eterna. Cristo ha derrotado al pecado y a la muerte con su resurrección. Al pecado lo ha rechazado en esta triple tentación, donde vemos que muy probablemente el demonio le haya querido sugerir una forma de ser mesías distinta y opuesta a la que Dios Padre quería. Él que era Dios, debía renunciar a hacer uso de su omnipotencia divina para dejarse crucificar, es decir que si bien podía hacer milagros para el beneficio de los hombres, habría de renunciar a ello cuando llegara su hora, la hora de la cruz. Habría de vivir siempre en humilde obediencia amorosa al Padre, sin  renunciar jamás a rendirle el culto de su vida, muerte y resurrección, rechazando toda forma de apostasía religiosa para caer en la idolatría. Ídolos había y hay muchos, en aquellos tiempos se aplicaba el término a la adoración de falsos dioses, pero también sucede la idolatría cuando el hombre le da el primer lugar de su corazón a cosas terrenales que no son Dios: el placer, el dinero o el poder político, para hacer uso y abuso de estas realidades, en las que el idólatra pone su felicidad equivocadamente. Pero así como en la inmaculada concepción de María Dios comenzaba a cumplir sus promesas del paraíso, así también cuando Jesús derrota al demonio en sus tentaciones. La nueva melodía ha comenzado, el paraíso ha sido recuperado y el hombre tiene ahora la esperanza de que es posible vivir la santidad que Cristo ha traído y le ha devuelto al hombre. No habrá mayor delicia que el amor y la unión con Dios, posible en el cristianismo, imposible sin Él.

Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense