16 de julio de 2017. Evangelio según
San Mateo 13, 1-9.
Jesús
salió de la casa y se sentó a orillas del mar. Una gran multitud se reunió
junto a Él, de manera que debió subir a una barca y sentarse en ella, mientras
la multitud permanecía en la costa. Entonces Él les habló extensamente por
medio de parábolas. Les decía: “El sembrador salió a sembrar. Al esparcir las
semillas, algunas cayeron al borde del camino y los pájaros las comieron. Otras
cayeron en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra, y brotaron en
seguida, porque la tierra era poco profunda; pero cuando salió el sol, se
quemaron y, por falta de raíz, se secaron. Otras cayeron entre espinas, y
éstas, al crecer, las ahogaron. Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto:
unas cien, otras sesenta, otras treinta. ¡El que tenga oídos, que oiga!”
Las parábolas por las cuales Jesús
enseña, son comparaciones, sumamente necesarias y útiles para comprender el
misterio del Reino de los Cielos. La parábola del sembrador es la que nos
presenta a Dios como Aquel que siembra en los corazones de los hombres la
semilla de su Palabra. Así como el libro de los Proverbios hace de la sabiduría
una persona, es no obstante el profeta Isaías el que va a personificar la
Palabra de Dios mostrando que ella no quedará estéril al bajar a la tierra.
Siempre la Palabra de Dios producirá su fruto. No será una vana ciencia del
hombre la que permitirá comprender a Dios, sino más bien su misma Palabra la
que nos dará la mejor comprensión del mismo. Ahora bien, si por un lado está la
semilla, por el otro estará la tierra. Y la tierra en el caso del misterio de Dios
y de su Reino será el corazón humano. Un corazón que está herido por el pecado.
Dice San pablo que la creación quedó sujeta a la vanidad y a la esclavitud de
la corrupción de la que será liberada por Dios. Es por eso que se requiere un
principio interior al corazón del hombre, para que éste pueda acceder a la
comprensión de las parábolas, para que pueda escucharlas y poner en práctica la
Palabra de Dios. Sólo la cuarta parte de la semilla sembrada o mejor de la
tierra esparcida por ella, es la que dará el fruto que Dios quiere, según esta
misma parábola. Según la interpretación que Jesús mismo da de la parábola del
sembrador, la semilla que cae al borde del camino es la de aquellos que al oír
la Palabra de Dios no la comprenden; acto seguido se presenta el maligno y
arrebata de ellos la Palabra dejándola sin efecto. La que cae en tierra pedregosa
es la de aquellos que reciben la Palabra con alegría, pero por su inconstancia
no la deja echar raíces, y a la primera dificultad para practicar la Palabra,
sucumbe. La semilla que cae entre espinas es la de aquellos hombres que están
afanados por las preocupaciones del mundo y por la seducción de las riquezas,
que ahogan esa Palabra y no le dejan dar fruto. La tierra fértil es el hombre
que escucha y comprende la Palabra de Dios y que al ponerla en práctica produce
fruto. Es decir que la gracia de oír, comprender, y practicar la Palabra de
Dios, requiere a su vez un corazón abierto y noble, para que al recibirla,
produzca su efecto santificador. Hay que tener en cuenta que Jesús predicaba al
pueblo Hebreo de su tiempo y es por eso que a veces dice: Al que tiene se le
dará y al que no tiene se le quitará aún aquello que cree tener. La Antigua
Alianza ha venido a ser perfeccionada por la Nueva Alianza, así que para el
antiguo Israelita que comprendía su Ley y tenía el corazón dispuesto a recibir
la Nueva Alianza, ahora quedará perfeccionado plenamente por el cumplimiento de
ambas; en cambio el que cerrado en la sola comprensión de la Ley del Antiguo
Testamento rechazara el Nuevo, pierde ambas realidades. Es que, como muy bien
dijera San Agustín, el Nuevo Testamento late debajo del Antiguo y en el Nuevo
Testamento el Antiguo se hace patente. La Ley de Moisés está llamada a ser
perfeccionada por la Ley del Evangelio, que es la gracia que Jesús trae al
mundo. ¡Quien tenga oídos para oír que oiga!
Pbro. Jose D´Andrea
Capellán Castrense