23 de julio de 2017. Evangelio
según San Mateo 13, 24-30.
Jesús
propuso a la gente esta parábola: El Reino de los Cielos se parece a un hombre
que sembró buena semilla en su campo; pero mientras todos dormían vino su
enemigo, sembró cizaña en medio del trigo y se fue. Cuando creció el trigo y
aparecieron las espigas, también apareció la cizaña. Los peones fueron a ver
entonces al propietario y le dijeron: “Señor, ¿no habías sembrado buena semilla
en tu campo? ¿Cómo es que ahora hay cizaña en él?” Él les respondió: “Esto lo
ha hecho algún enemigo”. Los peones replicaron: “¿Quieres que vayamos a
arrancarla?” “No, les dijo el dueño, porque al arrancar la cizaña, corren el
peligro de arrancar también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta la
cosecha, y entonces diré a los cosechadores: Arranquen primero la cizaña y
átenla en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo en mi granero”.
Jesús nos sigue enseñando, por medio
de parábolas, el misterio del Reino de los Cielos. Con la parábola del grano de
mostaza, que sembrado crece enormemente después de haber sido tan pequeño, y
que permite que los pájaros aniden en él, nos muestra que el Reino tiene unos
orígenes pequeños y humildes, pero que luego adquirirá un crecimiento enorme, a
lo largo de los siglos, hasta el punto que innumerables hombres, varones y
mujeres, vendrán a tener participación en él. También con la parábola de la
levadura que una mujer mezcla y esconde en la harina hasta que hace fermentar
toda la masa, nos dice que la Iglesia predicando la Palabra de Dios en los
corazones de los hombres, producirá frutos de santidad en sus hijos a lo largo
de los siglos. Y en la parábola del trigo y la cizaña nos muestra la justicia
de Dios, que no va reñida con su misericordia. Dios, en su benignidad, permite
que los buenos vivan mezclados con los malos en este siglo; de esa manera Él
permite que los malos puedan llegar a arrepentirse de su maldad, y que los
buenos, al ser probados por la presencia de los malos, puedan dar testimonio de
Dios, incluso hasta el martirio. Dios separará recién al final de la historia,
cuando realice su Juicio, a los buenos y los malos, así como el cosechador,
recién al fin de la cosecha, separa la cizaña para quemarla del trigo, que
guarda en el granero. Pero debemos decir que a veces, cuando suceden
calamidades, donde mueren justos e impíos, Dios adelanta el juicio, para
mostrarles a los no creyentes que Él existe y que es remunerador. Cuando Dios
decretó el diluvio, los hombres quedaron separados en dos bandos. Cuando Jesús
murió en la cruz también se dio el caso de aquellos que al ver la gran
oscuridad y el terremoto que se producía, huían como desesperados; y los otros
que bajaban del Gólgota golpeándose el pecho, como signo de penitencia y
aceptación del Reino de Dios. Es verdad que en esta vida siempre los malos
pueden cambiar hacia el bien. No podemos ser como el fariseo y el publicano,
que condenaba el primero al último, con una estricta justicia sin ninguna
misericordia, ya que como dice Santo Tomás de Aquino, la justicia sin la
misericordia es la suma injusticia. Así como también sostiene que la
misericordia sin la justicia es el principio de la disolución. Claro, donde
todo es solamente misericordia, la sociedad se disuelve y se pierde todo orden
moral. De Dios nadie se burla, escribió San Pablo. Por eso es que debemos
aprovechar el tiempo de la Iglesia, que es el que vivimos ahora, porque este es
el tiempo de la misericordia. Amor, adoración y penitencia es lo que espera
Dios de nosotros, tratemos de no defraudar al Señor.
Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense