Reflexión del Evangelio del Domingo XIX del Tiempo Ordinario


13 de agosto de 2017. Evangelio según San Mateo 14, 22-33.
Después de la multiplicación de los panes, Jesús obligó a los discípulos que subieran la barca y pasaran antes que Él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma”, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: “Tranquilícense, soy Yo; no teman”. Entonces Pedro le respondió: “Señor, si eres Tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”. “Ven”, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a Él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”. En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?” En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante Él, diciendo: “Verdaderamente, Tú eres el Hijo de Dios”.
 La moderna fenomenología de las religiones, estudia cómo se comporta el hombre, desde los tiempos más remotos, con respecto al tema religioso. Sostiene, entre tantas cosas, que el sentimiento del hombre frente a la presencia de lo divino, o lo numinoso, es una mezcla de dos sensaciones. El misterio de lo sagrado le resulta tremendo y fascinante a la vez. Si esto es así considerado desde el punto de vista del orden natural y de las religiones naturales, también se mantiene en la religión revelada por Dios. Dios es Espíritu y quiere que se le rinda un culto en espíritu y en verdad. Pero esa verdad no es un espiritualismo para el hombre, que por tener cuerpo está inmerso en el espacio y en el tiempo. Por lo tanto se da en la vida del hombre la experiencia de un espacio sagrado y de un tiempo también sagrado, que comportan actitudes de temor reverencial y amor a Dios, ya que precisamente la finalidad del espacio sagrado es tomar contacto con la inmensidad de Dios, y la del tiempo sagrado es la de tomar contacto con la eternidad de Dios. En ellos, el hombre es vivencialmente sustraído de su espacio y tiempo profanos, para pasar a la esfera de lo sagrado y tomar contacto con Dios. En el Antiguo Testamento, Dios es quien le pide a Moisés que se quite sus sandalias, porque está pisando Tierra Santa en el Sinaí. Luego es el mismo profeta Elías, el que al percibir la presencia de Dios en la misma gruta del monte donde Moisés había estado, al pasar una brisa suave, se cubre el rostro con la mano y se pone de pie en actitud orante ante Dios. En el Evangelio de hoy, los apóstoles, al ver a Jesús caminando sobre el mar Tiberíades, perciben con temor un fenómeno sobrenatural, y después de haber calmado su susto por las palabras de Jesús, no dejan por ello de postrarse ante Él confesando su naturaleza divina de Hijo de Dios. La misma actitud de temor reverencial y confesión religiosa que tuvieran Moisés y Elías en el Antiguo Testamento. Jesús, mantiene la doctrina sobre la diferencia entre el ámbito sagrado y el profano cuando, al encontrar a los mercaderes del templo haciendo sus negocios en el atrio del Templo de Jerusalén, hace un látigo con cuerdas y los expulsa, diciendo que la casa de su Padre es casa de oración y acusándolos a ellos de haberla convertido en una cueva de ladrones. Pero si robar está mal, en cambio vender el producto del trabajo del hombre es bueno, lo malo es hacer o realizar esa actividad en un espacio que está destinado al encuentro de oración con Dios. Es decir que no estamos diciendo que lo profano sea el mal y lo sagrado el bien, sino que estamos distinguiendo ambas realidades como buenas, pero cada una debe estar en su lugar. Tal vez deberíamos admitir que estaría mal bailar el Gregoriano en los boliches y cantar rock and roll en las iglesias. El hombre moderno parece creer que vive en un ámbito todo homogéneo, donde no habría tal distinción. Para el orden natural y para el mismo Dios, no es así. Hay diferencia entre el orden sagrado y el profano; hasta los Griegos tenían al Partenón. Y en el orden de lo sacro nos unimos con Dios para darle gloria y dejarnos santificar por su presencia vivificante. Mejor dicho: Dios nos une consigo.
Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense