Reflexión del Evangelio del Domingo XX del Tiempo Ordinario


20 de agosto de 2017. Evangelio según San Mateo 15, 21-28.
Jesús partió de Genesaret y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Pero Él no le respondió nada. Sus discípulos se acercaron y le pidieron: “Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos”. Jesús respondió: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel”. Pero la mujer fue a postrarse ante Él y le dijo: “¡Señor, socórreme!” Jesús le dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”. Ella respondió: “¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!” Entonces Jesús le dijo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!” Y en ese momento si hija quedó sana.
El Señor Dios ha creado el universo y todo el orden de la naturaleza. Sólo cuando obra milagros actúa de un modo sobrenatural, aunque no antinatural, ya que el milagro una vez realizado, lo hace para restaurar ese mismo orden y encausarlo según la naturaleza por Él mismo creada. También había creado al hombre con un estado de vida que le era sobrenatural, añadido al de su naturaleza, era el orden de la gracia y de la unión con Dios, que el hombre perdió cuando pecó en el principio. Es así que quedó solo consigo mismo, es decir sin Dios, aunque Dios no habría de abandonarnos. Siguiendo pues el orden de la naturaleza, Dios, desde toda su eternidad, tenía previsto un plan para redimir y salvar al hombre. Y ese plan habría de pasar por la familia, por la tribu, por el clan, por la nación. Habían surgido muchas naciones sobre la faz de la Tierra, y buscaban a Dios, pero cada una a su propia manera, se había imaginado por la poesía y la imaginación unos dioses que eran falsos. Dios solamente podía admitir una concepción religiosa del hombre, que resultara ser, sin la ayuda divina, conforme a una religión natural, y casi podríamos decir filosófica. Pero el Señor habría de auxiliarnos de un modo nuevamente sobrenatural, con el objeto de devolvernos su gracia sobrenatural. Respetando la realidad de las naciones y pueblos, es como el Señor mismo se vino a crear y formar un pueblo que le fuera suyo, que sólo reconociera al verdadero Dios y no a los falsos dioses o ídolos, que adoraban los otros pueblos. Así eligió a Israel como pueblo depositario de su revelación, de su Alianza, de sus promesas, de su culto, de su Ley y de su Templo en su montaña santa de Sión en Jerusalén. Les prometió un mesías que habría de nacer de ese mismo pueblo, pero que habría de traer la salvación y la bendición de Abraham a todas las otras naciones de la Tierra. La verdadera religión habría de ser así Universal, o sea, dicho en griego, Católica. El plan también tenía en cuenta el hecho de que el hombre es un ser que está sujeto al tiempo y al espacio. Es por eso que Jesús ha venido a llamar a los israelitas en el curso de su vida temporal. Luego de ella, habría de abrir las puertas a los pueblos gentiles o paganos, es decir a todos aquellos que no pertenecían al pueblo de Israel. Los profetas del Antiguo Testamento, habían dejado entender que todos los pueblos iban a ser llamados a adorar a Dios en el Templo y en la morada de Sión en Jerusalén, es decir que habrían todos ellos de tener la misma religión y salvación. San Pablo, siendo judío, se lamenta de que su raza y pueblo no haya aceptado a Cristo como mesías, pero comenta: si su salida ha significado la entrada de los pueblos gentiles, ¿qué no será su reincorporación? Y sostiene que ella va a implicar la resurrección final de entre los muertos del mundo entero. Por todo lo dicho podemos comprender la negativa de Jesús, en un principio, a conceder la curación de la hija de la mujer cananea, ya que ella no era israelita, y Él había venido a buscar las ovejas perdidas del pueblo de Israel. Pero la fe de esa mujer fue tan grande que adelantó la hora, al menos para ella, en que los gentiles habrían de recibir la gracia de Dios. Los judíos trataban de perros a los pueblos de la gentilidad, y suavizando la expresión, Jesús le dice a la mujer, que no es bueno sacarle el pan a los hijos para dárselo a los cachorros. Y de esa frase se sostiene la mujer en su fe, añadiéndole que aún los cachorros comen las migajas que caen de la mesa de sus amos. Realmente manifestó tener una fe muy grande, que le ganó el milagro de nuestro Señor. Si queremos tener esa misma fe deberemos siempre rezar con esas otras palabras del evangelio: “Señor, auméntanos la fe”.
Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense