Reflexión del Evangelio del Domingo XXIII ciclo “C” del tiempo durante el año o tiempo ordinario.

(04/09/16) Evangelio según San Lucas 14, 25-33:
Junto con Jesús iba un gran gentío, y él, dándose vuelta, les dijo: “Cualquiera que venga a mí y no me ame más que a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, y hasta a su propia vida, no puede ser mi discípulo. El que no carga con su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo. ¿Quién de ustedes, si quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que una vez puestos los cimientos, no pueda acabar y todos los que lo vean se rían de él, diciendo: “Este comenzó a edificar y no pudo terminar”. ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz. De la misma manera, cualquiera de ustedes que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo.
El Señor nos propone, junto con su pretensión de ser amado sobre todas las cosas, la renuncia que debemos hacer para poder ser verdaderamente cristianos y sus discípulos. Seguir a Cristo, que de eso se trata, implica amarlo a Él, por ser nuestro Señor y Dios, más que a todas las cosas de esta vida, incluso uno mismo. Es el amor de Dios hasta el desprecio de uno mismo, como decía San Agustín, el amor que edifica la Ciudad de Dios. Lo contrario es el amor a sí mismo hasta el desprecio de Dios, el que edifica la ciudad del mundo, o Babilonia, o aún Sodoma. El salmo reza: Tu gracia vale más que la vida; y así es como debemos amarle, más que a la propia vida, si es que queremos tener la eternidad dichosa como premio. A esto no sólo se opone el pecado, sino también la mediocridad en la entrega. La mediocridad es la que no nos hace capaces de darle la propia vida; es la que nos hace contar como con gotero nuestra entrega a Cristo, que ya de este modo no sería total, como la que Él nos pide. La entrega total consiste en llevar adelante una vida de santidad; y la santidad implica el heroísmo en la práctica de las virtudes. Creer sin verlo, esperar contra toda esperanza, y amarlo sin medida, es la vida a la que nos llama. “No antepongáis nada al amor de Jesucristo” dice la regla de San Benito; y la imitación de Cristo también nos pide que no haya una ocupación más importante en tu vida que la meditación y el estudio de la vida de Nuestro Señor Jesucristo. Él es el camino, la verdad y la vida para alcanzar al Padre, conocerlo y amarlo, y sin embargo que poco lo estudiamos o meditamos. Qué pena sería si a la salida de nuestras misas dominicales preguntáramos a los fieles: ¿conoce usted la vida de Cristo?, nos lleváramos una desagradable sorpresa de que aún no le conocemos lo suficiente como deberíamos por llamarnos sus discípulos; y peor aún si no lo imitáramos en su vida. Comencemos ya, nunca es tarde, a estudiarlo y meditarlo en sus evangelios para seguirlo cada día con mayor fidelidad, pidiéndole de rodillas la santidad de los hijos de Dios, esa vida inmaculada que Él quiere para su Iglesia, que somos nosotros.
Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense