Fundamentos del Orden Ético o Moral


(08/11/16) Segunda Conferencia desarrollada por el Pbro. Oscar Angel Naef, Director de la Residencia Universitaria San José en el ciclo de extensión cultural de la Fundación Universitaria San José para los estudiantes de la Residencia. Septiembre de 2016.

INTRODUCCIÓN

Al desarrollar nuestro tema de hoy referido a los fundamentos del orden ético o moral, abordaremos de un modo ordenado: 1- El acto humano o moral. Elementos del acto humano. 2- El bien: bien ontológico y bien moral. 3- El fin último del hombre o felicidad. Felicidad imperfecta y felicidad perfecta. 4- La moralidad y sus normas. 5- El perfeccionamiento moral: desarrollo de las facultades racionales. La virtud moral.
Comencemos entonces con nuestro primer punto:
  1. EL ACTO HUMANO
  1. Definición del acto humano1
Llamamos acto humano a la acción que procede de la voluntad deliberada del hombre.
    1. Otros actos provenientes del hombre
Existen otros actos realizados por el hombre que no pueden ser incluidos en la precedente definición. Ellos son:
  1. Actos naturales
Actos que proceden de las potencias vegetativas y sensitivas, sobre las que el hombre no tiene control voluntario y son enteramente compartidas con el orden animal (digestión, circulación de la sangre, sentir dolor o placer).
  1. Actos del hombre
Actos que proceden del hombre sin ninguna deliberación o voluntariedad (los que se realizan dormidos, hipnotizados, embriagados, delirantes o plenamente distraído – no afectan a la moralidad ni son de suyo imputables a quien los realiza, pero pueden serlo en su causa...)
  1. Actos violentos
Actos que el hombre realiza por coacción exterior de un agente que lo obliga a ejecutarlo contra su voluntad interna.
    1. Elementos del acto humano.
En todo acto humano están implicadas tres dimensiones del hombre: el cognoscitivo, el volitivo y las facultades de ejecución o realización. Analizaremos cada uno de estos aspectos con sus respectivas dimensiones.

1.3.1- Elemento cognoscitivo

El elemento cognoscitivo es esencial al acto humano, pero no cualquier tipo de conocimiento sino aquel llamado advertencia, que es el acto por el cual el entendimiento percibe la obra que se va a realizar o se está ya realizando.
Debemos considerar los distintos estados de la advertencia: 1) plena o semiplena, según que advierta la acción con toda perfección o sólo imperfectamente; 2) perfecta o imperfecta, según perciba en todas sus notas la especie moral del acto, o se dé cuenta tan sólo de que aquella acción es buena o mala, pero sin saber exactamente por qué y en que grado o medida; 3) distinta o confusa, según advierta con toda claridad la bondad o maldad de la acción que va a ejecutar o no esté del todo segura de ella; 4) antecedente o consiguiente, según se dé cuenta de la acción antes de ejecutarla o solamente después; y, 5) al acto o a su moralidad, según se de cuenta únicamente de que está realizando un acto o de su relación con la moralidad.
Cabe ahora establecer aquellos principios referidos a la advertencia que debe contener el acto humano o moral:
  1. El acto humano requiere indispensablemente la advertencia ya en su constitución psicológica para ser “humano”.
  2. El acto moral requiere además la advertencia de la relación del acto humano con el orden moral.
  3. La moralidad será mayor o menor según el grado de advertencia comprometido en el acto.
  4. Solamente afectan a la moralidad del acto los elementos que se han advertido al ejecutarlo, no los que dejaron de advertirse inculpablemente.
1.3.2- El elemento volitivo

Siguiendo la definición clásica decimos que el acto voluntario es el que procede de un principio intrínseco con conocimiento del fin.
Consideramos aquí a la realidad que procede de un principio intrínseco del sujeto que obra, sea un acto o su omisión voluntaria, o también el efecto previsto y querido de un acto voluntario anterior. Pero esto solo no basta, es necesario que ese sujeto que obra conozca e intente el fin al que se dirige el acto. Distinguimos entonces: a) lo permitido, aunque no querido; b) lo involuntario, o sea, lo realizado por ignorancia, de tal manera que no se hubiese realizado si se hubiera conocido la verdad; c) lo no-voluntario, o sea, lo que se hace con ignorancia, pero de tal suerte que igual se realizaría si se conociera la verdad.
Establecemos ahora los principios orientadores del elemento volitivo del acto:
  1. Los actos voluntarios imperados pertenecen en mayor grado al motivo que lleva a obrar que a su propia razón formal.
  2. Los actos voluntarios imperfectos nunca se constituyen en responsabilidad plena.
  3. Todos los actos voluntarios son libres, excepto la tendencia de la voluntad hacia la felicidad en general.
  4. Para que sea lícito realizar una acción de la que se siguen dos efectos, bueno uno y otro malo, es preciso que se reúnan las siguientes condiciones: a) que la acción sea buena en sí misma o al menos indiferente; b) que el efecto inmediato o primero que se ha de producir sea el bueno y no el malo; c) que el fin del agente sea honesto, o sea, que intente únicamente el efecto bueno y se limite a permitir el malo; d) que el agente tenga causa proporcionada a la gravedad del daño que el efecto malo haya de producir.
  5. Para que una omisión voluntaria sea imputable al agente es necesario que tenga obligación de realizar el acto contrario.
  6. Para la validez de un acto que necesite el consentimiento ajeno se requiere ordinariamente el consentimiento expreso; pero puede bastar el consentimiento tácito, nunca el presunto.
1.3.3- El elemento ejecutivo o de realización

Es el que corresponde a las facultades ejecutivas de realización del acto. Esto supone el acto humano ya constituido esencialmente por la advertencia y el consentimiento de la voluntad; pero le añade un complemento accidental...

Momentos del acto humano:
  1. EL BIEN: BIEN ONTOLÓGICO Y BIEN MORAL
2.1- El bien y el mal

Se trata de comprender los motivos por los cuales un acto se convierte en bueno o malo, prescindiendo de su actual entidad real. La moralidad es una dimensión sobreañadida, accidental y, en consecuencia, contingente.
Podemos definir la naturaleza del bien con la conocida fórmula “aquello que todas las cosas apetecen”2. Aunque debemos ver que esta definición, aunque correcta, no expresa la naturaleza intrínseca del bien. De hecho, algo es bueno no por ser apetecido, sino que es apetecido por ser bueno. Nuestra misma conciencia atestigua lo siguiente: consideramos algo como bueno y, por tanto, lo deseamos cuando constituye una perfección para nosotros. De acuerdo con esta noción, el bien: a) tomado en sentido absoluto: es la perfección del ser o el mismo ser; b) tomado en sentido relativo: es aquello que dice conveniencia a otro, al cual está proporcionando y del cual constituye o puede constituir una perfección y convertirse en su regla o medida.
Definido el bien de esta manera, es fácil ahora definir el mal por contraposición. Podríamos, en primer lugar, definir el mal diciendo “es aquello de lo cual todos se apartan”. Si el bien se afirma en el orden al ser y a la perfección, el mal deberá necesariamente afirmarse como el no-ser. Este puede ser absoluto y entonces equivale a la nada, y la nada no es ni buena ni mala. Por consiguiente, cuando hablamos del mal ordinariamente nos referimos a un mal relativo o, en otros términos, a un ser al cual falta algo de plenitud en la entidad o perfección debidas. El bien y lo perfecto son, pues, la misma cosa; y la noción de perfecto involucra cierta universalidad o plenitud de entidad, de donde se sigue que lo perfecto y lo total o son la misma cosa o significan lo mismo. De manera análoga, pero opuesta, el mal relativo expresa un defecto de las debidas entidad y perfección.

2.2- El bien y el mal en el orden moral

El bien y el mal morales importan una particularidad, pues se dicen únicamente de las acciones humanas. En primer lugar, debemos tener en cuenta que aquí se trata del bien y del mal en sentido relativo y no absoluto. El hombre se dice bueno o malo moralmente por razón de la bondad o malicia de sus acciones y éstas, a su vez, son buenas o malas a causa de la bondad o malicia de sus propios objetos. Las cosas externas, aún siendo buenas en sí mismas, no siempre tienen la debida proporción con las acciones humanas. Esta falta de proporción se descubre del análisis de la naturaleza de una cosa, y ella es principalmente la forma de la cual proviene la especie.
Las acciones humanas reciben su especie de la forma del hombre, que es su racionalidad, o de los objetos en cuanto valorados por la inteligencia. Consecuentemente, el bien moral es aquello que está de acuerdo con la razón humana y el mal lo que está en desacuerdo con ella. Según sea o no la debida proporción serán fuente de bien o mal en el orden moral.
  1. EL FIN ÚLTIMO DEL HOMBRE O FELICIDAD. FELICIDAD IMPERFECTA Y FELICIDAD PERFECTA
Siendo la moralidad un orden de la actividad humana, sólo puede ser definida por el fin al cual se orienta. No solamente está aquí en juego el principio de finalidad, sino también la manera de tender al fin propio del hombre, muy diferente a la de todos los demás seres. El hombre es un agente libre. La libertad no obstaculiza de suyo la tendencia hacia el fin ni la niega; por el contrario, suscita una realidad que demandará un análisis singular; nos referimos a la responsabilidad del hombre, en cuanto dueño de sus operaciones, y a su imputabilidad moral y jurídica, consecuencia de lo anterior.

3.1- La función del fin en el obrar humano

Generalmente se emplea el término fin en relación con la cantidad, y de acuerdo con el tipo de cantidad de la que se trata tendremos distintos significados. En todos los casos, menos cuando se trata de la virtud o capacidad, la palabra fin indica límite y, por ende imperfección (ej. El término de un movimiento, el peso, etc.). En moral se trata de señalar el camino por el cual el hombre puede llegar a la perfección.
El concepto de fin con el que nos movemos en el campo moral, depende estrechamente del concepto metafísico de causalidad final como de su fundamento primero. Cuando se dice de alguien o de algo que tiene un fin u obra por un fin se está sugiriendo su “ordenación o subordinación a otra cosa”. Obrar por un fin es una fórmula usada en moral en sentido perfectivo, por cuanto hace referencia a la acción y ésta, si no es ya la perfección de un sujeto operante, constituye cuando menos algo tendiente a perfeccionarlo.
El fin es lo primero que se intenta y lo último que se ejecuta. La verdadera causalidad final se encuentra en el orden de la intención: el bien conocido (fin) atrae el sujeto hacia sí. Por este motivo se dice siempre que la causa final es la primera de todas las causas. Al mismo tiempo, se constata la universalidad de la causalidad final: es imposible encontrar en el cosmos un ser no ordenado a un fin.
En moral, cuando se estudia la actividad humana, se comprueba que no solamente puede darse un fin inmediato o propio de cada acción concreta, sino que todas ellas se ordenan a un fin ulterior y supremo, más allá del cual no puede concebirse otro. Existe un fin último de toda la vida humana.

3.1.1- El obrar por un fin en el hombre

La noción de fin agrega algo a la de bien: es éste pero en cuanto conocido. Tender a un fin u obrar por un fin supone siempre la presencia de un conocimiento. La característica propia del hombre, entre los seres, es su racionalidad. Por tanto, las acciones humanas suponen la intervención de la razón; ella es quien convierte al hombre en dueño de sus actos dado que la voluntad, motor universal de toda actividad humana, es una voluntad deliberada, o sea, dependiente del conocimiento racional. Siendo el fin el objeto propio de la voluntad deliberada, todo acto emanado de ella lo hace de acuerdo al fin.

3.1.2- La originalidad humana en el obrar por un fin

En todo movimiento hacia un fin descubrimos dos principios: el primero es el del movimiento mismo; pero ese movimiento es un movimiento ordenado; por tanto, hay que admitir un segundo principio: el del orden de dicho movimiento.
¿En qué radica ese modo perfecto humano? El fin tiene un correlativo necesario, los medios, sin los cuales sería imposible alcanzarlo. La relación medios-fin no es conocida por el animal. El hombre, por el contrario, posee el conocimiento de esa relación, cuya señal es la variedad de los recursos a los cuales acude, con frecuencia totalmente inesperado, para lograr sus propósitos.

3.1.3- La búsqueda de la felicidad como fin

La tendencia al fin se traduce en la búsqueda de bienes concretos, en cuya posesión el ser humano intenta ser feliz. De alguna manera la moral se interpreta como el camino hacia la felicidad.
En esta búsqueda de la felicidad se nos presentan dos posibilidades: o se trata de un bien perfecto, o se trata de un bien imperfecto y, por tanto, sometido a otro superior. Si sucede lo primero, ya es evidente que obramos por un fin último. Si sucede lo segundo, es también evidente que no se puede querer ese bien por sí mismo. Lo imperfecto es comienzo de lo perfecto, y todo comienzo de algo se ordena a su acabamiento o consumación.
Al tratar de determinar cuál fuere el bien que puede considerarse fin último elegimos el siguiente camino: si se puede demostrar que ninguno de los bienes creados, ni cada uno en particular ni todos ellos juntos, pueden constituir la felicidad del hombre, quedaría probado, al menos por exclusión, que solamente el bien divino es el objeto buscado.
La clasificación siguiente ordena todos los bienes existentes por categorías:
  1. Bienes creados y limitados
  1. Considerados individualmente o en particular
  1. Externos al hombre
  1. meramente materiales: las riquezas
  2. meramente espirituales:
  • personales o privados: los honores
  • sociales o públicos: la fama
  1. mixtos, material y espiritual: el poder
  1. Internos al hombre o propios de él:
  1. meramente corporal: la salud
  2. mixto, corporal y animal: la voluptuosidad
  3. meramente espirituales: la virtud y la sabiduría
  1. Considerados colectivamente o todos juntos
  1. Bien increado o infinito: Dios únicamente
La felicidad humana no consiste en los bienes exteriores útiles, como son las riquezas, los honores, la fama y el poder; ni en bienes del cuerpo; ni en un bien del alma. La razón de ello es que esos bienes, por su misma naturaleza, sólo pueden ser considerados medios respecto a un; de este modo, nunca podrán ser razonablemente apetecidos por sí mismos sin caer en el desorden moral.
Ninguno de los bienes creados ni todo su conjunto pueden saciar el apetito de felicidad inherente a la aspiración natural del hombre. Y el motivo estriba en que, dentro del conjunto de los seres y perfecciones de la creación, el hombre es el mayor de todos y los supera a todos. Aún siendo inmensamente rico, poseyendo la totalidad de los seres y perfecciones, el hombre seguiría siendo insaciable justamente por poseer una capacidad al infinito. Por otro lado, queda en pie la cuestión del límite físico: la muerte sobrevendrá separando al hombre de sus posesiones. La solución de una felicidad relativa y transitoria, propia del momento presente, no resuelve el interrogante sobre la felicidad absoluta la cual, si existe, debe superar la barrera de la muerte corporal. La voluntad humana nos indica que su objeto es el bien universal y que solo en su posesión está la felicidad. Y la universalidad del bien podrá encontrarse sólo en el Ser Divino y únicamente en él como algo definitivo.

4- LA MORALIDAD Y SUS NORMAS

Donde hay un orden habrá siempre una norma o regla para establecerlo o para determinar su estructura. El orden moral no se exceptúa de este principio general.
Se ha enseñado desde hace siglos la presencia de dos normas, en armonía con las cuales un acto humano se constituye como moralmente bueno. Ellas son la ley eterna, norma primera y suprema, y la recta razón humana, norma próxima y homogénea de todo el orden moral.

4.1- La ley eterna
La noción de ley eterna supone que Dios no solamente concibe en la creación cada uno de los seres, sino también el orden existente entre ellos. La acción humana se dice buena o mala cuando conviene o no con el orden debido hacia el fin último; para cada cosa es fin último lo determinado por el Autor de la naturaleza (Dios).

4.2- La recta razón humana
Cada uno tiende al fin último según el modo de su naturaleza propia. El modo propio de la naturaleza humana es el racional, de donde surge que la norma inmediata y homogénea del orden moral es la misma razón del hombre.
Si la razón del hombre es el primer principio de las acciones humanas, en cuanto a ella le corresponde ordenar hacia el fin los demás actos, lógicamente su operación, siendo la primera en ese orden, debe ser la norma de todo.
El objeto de nuestra voluntad es necesariamente regulado por nuestra inteligencia. La voluntad puede tender al bien universal porque existe una capacidad previa del entendimiento. La inteligencia no solamente propone el objeto a la voluntad, sino que lo propone como ya regulado moralmente, o sea, conforme o no con el fin último con la naturaleza humana. Por este motivo se considera a la razón norma de la moralidad.
La rectitud de una potencia es la adecuación con su objeto, la razón recta es la adecuada a la verdad objetiva. Razón recta equivale totalmente a razón verdadera. La razón no podría rectificar si antes no fuese a su vez rectificada. La razón se rectifica conociendo la verdad, o sea, descubriendo el orden impuesto al universo por la ley eterna.
  1. Fin del hombre.
  • El fin del eudemonismo: es la felicidad con el fin de la propia naturaleza.
  • Fuente principal: Grecia-Platón y Aristóteles. Sto. Tomas de Aquino.
  • Dios: es el principio y el fin del hombre.
    • Fin objetivo del hombre es Dios.
    • Fin subjetivo del hombre es Dios.
  1. Los actos humanos: son voluntarios y libres.
    • Los actos humanos son los que se hacen con pleno conocimiento y libertad para que tengan responsabilidad.
  2. Fuentes de moralidad:
    • Objeto: es el contenido del acto.
    • Fin: es la intención (del operantis) la intención del que hace el acto.
    • Circunstancias: son las circunstancias en torno al objetivo y fin del acto.
    • "La moralidad según la doctrina tomista es la bondad o malicia del acto".
  1. La norma objetiva de la moralidad o el objeto moral es:
    • La recta razón: teniendo como base el objeto, el fin y las circunstancias.
  2. La conciencia como norma subjetiva:
  • La conciencia: conocimiento de causa, la conciencia es una norma subjetiva de moralidad. A ella debe sujetarse, y también debe ser regida por normas objetivas (la ley y la recta razón).
5- EL PERFECCIONAMIENTO MORAL: DESARROLLO DE LAS FACULTADES RACIONALES. LA VIRTUD MORAL.

Las virtudes humanas o bien son intelectuales o bien morales; no existe otra posibilidad porque solamente la inteligencia y el apetito, entre las potencias humanas, precisan de la determinación de los hábitos. Las virtudes morales son las que perfeccionan el apetito, tanto racional como sensitivo. Por encontrarse en sujetos diversos se distinguen realmente de las intelectuales. Además, cumplen en la vida humana otra función.
Pero, así como la inteligencia y el apetito se encuentran entre sí estrechamente vinculados, también las virtudes intelectuales y las morales mantienen entre ellas una íntima conexión. A raíz del dictamen de la sindéresis (hábito intelectual de los primeros principios del orden moral) existe en la voluntad un apetito naturalmente recto que es como el germen de las virtudes morales, y consiste en querer los fines propios de las otras potencias. Este apetito natural mente recto es el que impera el juicio prudencial y lo equilibra (la verdad práctica, objeto de la prudencia, consiste en la adecuación entre su juicio y ese apetito naturalmente recto). La prudencia, a su vez, dictamina sobre la elección del medio conveniente para encontrar el equilibrio moral en los actos de la voluntad y del ape tito sensitivo. Por eso la prudencia no puede existir sin ese germen de virtudes morales, ni las virtudes morales pueden desarrollarse plenamente sin el criterio firme de la prudencia.
Todo esto sucede porque los objetos de la inteligencia y de la voluntad (verdad y bien) se incluyen mutuamente. Así la voluntad quiere que el entendimiento entienda la verdad y el entendimiento entiende que la voluntad quiere el bien; el bien es cierta verdad cuando el entendimiento lo conoce, y la verdad es cierto bien cuando la voluntad la quiere. Este mutuo influjo lleva a la armonía de la actividad humana que es el orden moral.
Los movimientos pasionales del apetito, si no son regulados por las virtudes deja templanza y de la fortaleza, ambas participaciones de la prudencia en sus respectivas potencias, pueden influir negativamente en el juicio de la inteligencia al modificar el objeto de las potencias cognoscitivas sensoriales, de donde abstrae el entendimiento agente el objeto del entendimiento posible o las ideas. Con todo, mientras no se produzca una alteración total de los sentidos, la inteligencia y la voluntad son siempre capaces de dominar el apetito.

1 Diferentes nombres que recibe el acto humano: a) actos humanos, en cuanto producidos por el hombre con pleno dominio y de liberación; b) actos libres, en cuanto proceden de la libertad humana; c) actos voluntarios, en cuanto el hombre los realiza voluntariamente y con plena conciencia; d) actos morales, en cuanto se ajustan o no a la regla de la moralidad; e) actos imputables, en cuanto producidos libre y voluntariamente por el hombre, que adquiere por lo mismo la responsabilidad de los mismos en orden al premio o al castigo.


2 Aristóteles; Ética a Nicómaco, L. I, c.1.