01
de enero 2016. Evangelio según San Lucas 2, 16-21.
(Los
pastores) fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al
recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que
habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban
quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto,
María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los
pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que
habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho
días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso
el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel
antes de su concepción.
El
primero de Enero, se cumplen los ocho días del nacimiento de Jesús,
la llamada octava de Navidad, y la Iglesia celebra hoy en día la
solemnidad de Santa María Madre de Dios. Es el título, la dignidad,
la cualidad y el dogma más grande de la Santísima Virgen. Dios
decidió desde toda la eternidad hacerse hombre en la persona del
Hijo, asumiendo una naturaleza humana y naciendo de una madre humana,
que es la Virgen María. La persona que nace, en esa naturaleza
humana, es la divina del Hijo de Dios, por lo tanto María es Madre
de Dios. Allá por los comienzos del siglo V, Nestorio, Patriarca de
Constantinopla, es decir que era el Obispo de dicha ciudad, mandó
predicar en un sermón, que causó escándalo, que María no era
Madre de Dios, porque según el mismo Nestorio, ella había concebido
a una persona humana en Jesús. Así ponía dos personas, una humana
y otra divina, que habría venido luego del nacimiento, el día del
Bautismo de Jesús por Juan, a tomar, por una gracia superior a la de
los otros hombres, la naturaleza humana de Cristo. Incluso terminaba
afirmando tres personas, porque la tercera resultaba la conformada
luego de la unión de las dos anteriores. Dicha herejía se fue
difundiendo por los monasterios que había en los alrededores de la
ciudad y diócesis de Alejandría. San Cirilo de Alejandría, siendo
pastor de dicha ciudad, pidió al Papa un concilio. Ese Concilio
habría de celebrarse en la ciudad de Éfeso. Famosa ciudad, sede de
una de las siete maravillas del mundo antiguo, el templo de Diana, y
cuna del filósofo Heráclito. Pero más importante aún, porque allí
habían vivido durante el siglo I, la Santísima Virgen al cuidado
del apóstol San Juan. Precisamente el concilio de Éfeso, del año
431, habría transcurrido en la misma casa de la Virgen. Durante
dicho concilio y por obra de san Cirilo principalmente, la Iglesia
confesó su fe, de que en Cristo sólo hay una persona, y que dicha
persona es la Divina del Hijo de Dios. Por lo tanto llamó a María
con el título griego de Theotokos, que significa Madre de Dios. Esa
noche los obispos del Concilio fueron paseados en andas por el pueblo
fiel, con antorchas encendidas, para celebrar el acontecimiento de fe
eclesial. Se cumplió así la bendición a todas las razas de la
tierra, hecha por Dios a Abraham, al llegar la plenitud de los
tiempos. Dios vino a nacer de una Mujer, se hizo hombre, para que el
hombre sea hecho hijo adoptivo de Dios. María es la criatura humana
que está más cerca de Dios, por su participación en el misterio de
la encarnación; además esta es una obra de Dios, ¿quiénes somos
los hombres para juzgar o negarla? Llena de gracia e inmaculada en
su misma concepción, por haber sido elegida para ser su madre, a
ella la veneramos los católicos con un culto especial, que en griego
se llama de hiperdulía, traducido sería de super veneración. Es
decir que la veneramos como se veneran los santos, sólo que de un
modo especialmente mayor que a los otros santos, por ser ella la
primera entre todos los santos de Dios. Predilecta y agraciada hija
del Padre, madre de Dios Hijo y esposa singular del Espíritu Santo,
también es nuestra madre por voluntad de Cristo su Hijo, que la
constituyó desde su cruz en Madre de la Iglesia. Ella nos cuida
maternalmente desde el cielo hasta que Cristo vuelva, al fin del
tiempo. Y en estos tiempos últimos del último, a veces se deja ver
en apariciones privadas para recordarnos cosas olvidadas de la
Revelación Pública para cuidarnos más todavía en el aspecto de
nuestra salvación.
Pbro.
José D´Andrea
Capellán
Castrense