06
de enero 2017. Evangelio según San Mateo 2, 1-12.
Epifanía
quiere decir, del griego, manifestación hacia afuera. Los pastores
que recibieron el anuncio del ángel en la noche de Belén eran
judíos, en cambio los magos de Oriente son paganos; o sea que “hacia
afuera” se refiere a que Dios habría de manifestarse a los pueblos
paganos, a quienes también venía a salvar; porque somos todos los
hombres los que necesitamos su salvación. Los magos constituían una
casta sacerdotal persa, que pertenecían a la religión del
mazdeísmo. Eran estudiosos de la astronomía. Su dios se llamaba
Ahura Mazda, y siendo Zoroastro considerado como un primer socorredor
de los hombres, en su idioma Saushiant, habrían de venir según sus
mismas creencias dos socorredores más, el tercero de los cuales,
siendo también el último, se le llamaría Asvet Eretá, que quiere
decir Verdad Encarnada. Los hechos de la astronomía confirman que en
el año 7 antes de Cristo se dio una conjunción de los planetas
Saturno y Júpiter en la constelación de Piscis. Según su
simbología, uno de esos planetas es el planeta de Israel, el otro es
el planeta de un rey; y Piscis representa a la última edad del
mundo. Así pues habrán interpretado los magos, que un rey nacido en
Israel habría de inaugurar la última edad del mundo. Los israelitas
habían sido deportados a Babilonia en el 587 antes de Cristo, y
aunque habían retornado a su tierra setenta años después de esa
fecha, sin embargo habrían quedado sus libros sagrados en Persia y a
estos mismos libros habrán consultado los magos. La idea de Mesías
podía muy bien coincidir con su idea de socorredor y también de
Verdad Encarnada. A todo ello no debemos descartar una posible
revelación de Dios hecha a estos hombres para que finalmente se
decidieran a realizar un tan trabajoso viaje a la tierra de Israel
para buscar a dicho Rey Mesías socorredor y Verdad Encarnada.
Posiblemente iniciaron dicho viaje como unos dos años antes de su
llegada a Jerusalén. Van allí por ser esta la capital del reino,
donde esperarían encontrar a su rey. Estando con Herodes habrán
asistido a la consulta que dictaminó según las profecías de
Miqueas que el lugar del nacimiento del Mesías sería Belén, la
ciudad de David. Allí se encaminaron y esta vez contaron con una
estrella milagrosa destinada por Cristo mismo para que siguiéndola
le encontraran, posiblemente unos trece días después de su
nacimiento. Le ofrecen al niño oro, porque lo reconocen como Rey,
incienso, porque lo reconocen Dios, y mirra, porque habrá de sufrir
lo amargo del gusto de la vida humana que ha asumido. Así comenzaron
a adorarlo y aceptarlo los pueblos del paganismo que antes no le
conocían.
Pbro.
José D´Andrea
Capellán
Castrense