Reflexión del Evangelio de la Solemnidad de la Epifanía


06 de enero 2017. Evangelio según San Mateo 2, 1-12.
Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén, y preguntaron: “¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo”. Al enterarse, el rey Herodes quedó desconcertado y con él toda Jerusalén. Entonces reunió a todos los sumos sacerdotes y a los escribas del pueblo, para preguntarles en qué lugar debía nacer el Mesías. “En Belén de Judea,- le respondieron-, porque así está escrito por el Profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá, ciertamente no eres la menor entre las principales ciudades de Judá, porque de ti surgirá un jefe que será el Pastor de mi pueblo, Israel””. Herodes mandó llamar secretamente a los magos y después de averiguar con precisión la fecha en que había aparecido la estrella, los envió a Belén, diciéndoles: “Vayan e infórmense cuidadosamente acerca del niño, y cuando lo hayan encontrado, avísenme para que yo también vaya a rendirle homenaje”. Después de oír al rey, ellos partieron. La estrella que habían visto en Oriente los precedía, hasta que se detuvo en el lugar donde estaba el niño. Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra. Y como recibieron en sueños la advertencia de no regresar al palacio de Herodes, volvieron a su tierra por otro camino”.

Epifanía quiere decir, del griego, manifestación hacia afuera. Los pastores que recibieron el anuncio del ángel en la noche de Belén eran judíos, en cambio los magos de Oriente son paganos; o sea que “hacia afuera” se refiere a que Dios habría de manifestarse a los pueblos paganos, a quienes también venía a salvar; porque somos todos los hombres los que necesitamos su salvación. Los magos constituían una casta sacerdotal persa, que pertenecían a la religión del mazdeísmo. Eran estudiosos de la astronomía. Su dios se llamaba Ahura Mazda, y siendo Zoroastro considerado como un primer socorredor de los hombres, en su idioma Saushiant, habrían de venir según sus mismas creencias dos socorredores más, el tercero de los cuales, siendo también el último, se le llamaría Asvet Eretá, que quiere decir Verdad Encarnada. Los hechos de la astronomía confirman que en el año 7 antes de Cristo se dio una conjunción de los planetas Saturno y Júpiter en la constelación de Piscis. Según su simbología, uno de esos planetas es el planeta de Israel, el otro es el planeta de un rey; y Piscis representa a la última edad del mundo. Así pues habrán interpretado los magos, que un rey nacido en Israel habría de inaugurar la última edad del mundo. Los israelitas habían sido deportados a Babilonia en el 587 antes de Cristo, y aunque habían retornado a su tierra setenta años después de esa fecha, sin embargo habrían quedado sus libros sagrados en Persia y a estos mismos libros habrán consultado los magos. La idea de Mesías podía muy bien coincidir con su idea de socorredor y también de Verdad Encarnada. A todo ello no debemos descartar una posible revelación de Dios hecha a estos hombres para que finalmente se decidieran a realizar un tan trabajoso viaje a la tierra de Israel para buscar a dicho Rey Mesías socorredor y Verdad Encarnada. Posiblemente iniciaron dicho viaje como unos dos años antes de su llegada a Jerusalén. Van allí por ser esta la capital del reino, donde esperarían encontrar a su rey. Estando con Herodes habrán asistido a la consulta que dictaminó según las profecías de Miqueas que el lugar del nacimiento del Mesías sería Belén, la ciudad de David. Allí se encaminaron y esta vez contaron con una estrella milagrosa destinada por Cristo mismo para que siguiéndola le encontraran, posiblemente unos trece días después de su nacimiento. Le ofrecen al niño oro, porque lo reconocen como Rey, incienso, porque lo reconocen Dios, y mirra, porque habrá de sufrir lo amargo del gusto de la vida humana que ha asumido. Así comenzaron a adorarlo y aceptarlo los pueblos del paganismo que antes no le conocían.

Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense