01 de marzo de 2017. Homilía
pronunciada por el Capellán Mayor del Ejército, Pbro. Oscar Ángel Naef en la
Santa Misa de Cenizas celebrada en el Edificio Libertador, sede del Estado
Mayor General del Ejército.
El Miércoles
de Cenizas es la celebración anual en la cual el cristiano detiene su marcha y
sacude en su interior la consciencia para recordar la única verdad que
realmente importa, que Jesús “es la verdad” y que “la verdad nos hace libres”
porque es él quien con su Pascua nos libera de la fatalidad de la muerte que es
consecuencia de pecado.
En los
acontecimientos de la vida cotidiana se impone un modo de vivir y pensar
relacionado con aquello que está en el origen de la humanidad “la soberbia”. Es
habitual asumir lo que somos sólo pensando en nuestra libertad y entendiéndola
como un absoluto.
Vemos a
menudo diversas manifestaciones en el modo de vivir que incluyen una reacción a
la ley, a las otras personas, y a todo aquello que signifique límite. En este
esquema de pensar y vivir se excluye a Dios no tanto en lo teórico como en la
praxis. Y esto sucede así porque la presencia de Dios que nos crea, nos
sostiene en la existencia y nos salva, es el permanente recuerdo de que nuestra
libertad no es un absoluto.
Al recibir la
imposición de las cenizas el Sacerdote recordará con sus palabras que venimos
del polvo de la tierra y que allí volveremos. Por tanto la adultez del hombre
no viene de la rebeldía de una libertad al modo absoluto, sino del encuentro de
nuestro yo con el tú de Dios.
En la
verdadera conversión del corazón que promueve la cuaresma se da una
recuperación de la conciencia cristiana que con la ayuda de la gracia se
plasmará en una verdadera praxis de aceptación de lo que estamos llamados a ser,
de progreso en el discernimiento de la realidad y del compromiso transformador
de la historia.
Un gran
teólogo del siglo XX, Yves Congar, sintetizó de un modo elocuente su
experiencia personal en una frase: “he amado la verdad como se ama a una
persona”. La verdad es una persona, es Jesús. Para recuperar el encuentro con
Jesús es necesario convertirse. Será por el camino de la oración que volveremos
a encontrarnos con el tú de Dios que busca acompañarnos en el camino de la
vida. Será por el camino de la penitencia que le torceremos el brazo al
espíritu del mundo. Y será por la limosna que recuperaremos el desapego a los
bienes de la tierra y volveremos a tener un corazón esperanzado en los bienes
del cielo.
Pidamos a
través de la Virgen Santísima, esposa del Espíritu Santo, que él nos dé el don del Santo Temor de Dios por el
cual nos reconocemos simples creaturas necesitadas de aquel que nos hace
comprometer en la verdad para pagarnos con su compromiso de la vida eterna.
Amén.