21 de mayo de 2017. Evangelio según San Juan 14,
15-21.
Durante
la Última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: “Si ustedes me aman, cumplirán mis
mandamientos. Y Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Paráclito para que esté
siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede
recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque
Él permanece con ustedes y estará con ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré
a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán,
porque Yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que Yo estoy
en mi Padre, y que ustedes están en mí y Yo en ustedes. El que recibe mis
mandamientos y los cumple, ése es el que me ama; y el que me ama será amado por
mi Padre, y Yo lo amaré y me manifestaré a él.”
Jesús, antes de irse, promete el don
de su Espíritu Santo. Es una nueva manera de quedarse con nosotros, ya que el
Espíritu Santo, al comunicarnos la gracia santificante, nos hace partícipes de
la divina naturaleza, y por lo tanto, el Señor mismo, al que nos une
misteriosamente e interiormente, está en y con nosotros. Una vez resucitado y
ascendido al cielo y después de haber venido el Espíritu Santo el día de
Pentecostés, los apóstoles comunicaban el don del Espíritu Santo, no solamente
en el sacramento del bautismo, sino también por el sacramento de la
confirmación. Por ejemplo: después de que Felipe, el diácono, predicara el
evangelio en Samaria, Pedro y Juan van a visitar ese lugar, y por la imposición
de sus manos, les confieren el don del Espíritu Santo. El Espíritu Santo
robustece el alma y la hace crecer hasta la adultez espiritual, para que
podamos ser soldados de Cristo. Ya desde el bautismo, la gracia que nos da es
la ley del evangelio en nuestros corazones y nos hace posible vivir y cumplir
los mandamientos de Jesús por el amor. Por eso dice Jesús que si le amamos
cumpliremos sus mandamientos. Es llamado también Paráclito por Jesús, y “otro
Paráclito”. Traducido por abogado defensor, el Espíritu Santo es después de
Jesús, el segundo defensor de nuestras almas, para llevarlas a la verdad de la
revelación de Dios y hacernos conocer, amar e imitar a Jesús con una vida
santa. Por eso también se lo llama dador de vida y santificador. Si es el
Espíritu de la Verdad, el mundo no lo conoce, porque al estar metido en el
pecado su conductor es el padre de la mentira, lo precisamente opuesto a la
Verdad de Dios. Se dará en los discípulos una vida de inmanencia recíproca,
gracias al Espíritu, así como Jesús está en el Padre, nosotros estaremos en
Jesús y Él en nosotros. Sus sufrimientos en la cruz nos han salvado, su
sacrificio es verdaderamente salvífico para nosotros, y su pasión es y será
siempre un modelo de la del cristiano. Si Platón ya se preguntaba si era mejor
padecer antes que cometer una injusticia, para el cristiano la respuesta puede
incluso ser superior ya que será mejor para él padecer por hacer el bien; y eso
es imitar al Señor siguiendo sus pasos. No se tratará de no luchar contra el
mal en el mundo, sino que empleando todos los medios legítimos, habrá que
vencer al mal a fuerza de hacer el bien. A partir de aquel día, es decir del
período comenzado por Cristo a partir de su resurrección hasta el fin del
mundo, el Señor nos anima dándonos la presencia, en su Iglesia, de aquel que
viene a ser como su alma, es decir la del Espíritu Santo. Cristo es la Cabeza
invisible de la Iglesia, el Espíritu Santo su alma, para que todos los fieles y
sus pastores puestos por el mimo Dios, podamos seguir los pasos de Cristo y
hacer viva su presencia en el mundo que necesita de su salvación.
Pbro. José D´Andrea
Capellán Castrense