Meditación sobre Gn 3, 9-15 en el mes de María preparatorio a la Solemnidad de la Inmaculada

Leemos en el libro del Génesis (Gn. 3, 9-15): Dios llamó al hombre y le dijo: "¿Dónde estás?", Este contestó: "Te oí caminar por el jardín y tuve miedo, porque estoy desnudo: por eso me escondí". Dios le replicó: "¿Quién te ha hecho ver que estabas desnudo? ¿Acaso comiste del árbol del que te prohibí comer?" Dijo el hombre: "La mujer que me diste por compañera me dió del árbol y comí". Dios le dijo entonces a la mujer: "Por qué lo hiciste?". Contestó la mujer: "La serpiente me engañó y comí". Entonces Dios dijo a la serpiente: "Por haber hecho esto, serás maldita entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Caminarás sobre tu vientre y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su linaje: él aplastará tu cabeza, mientras tu le atacarás el talón"
El Dogma de la Inmaculada Concepción que celebraremos al finalizar el mes de María, el 8 de diciembre, nos introduce en el corazón del misterio de la Creación y de la Redención (Cf. Efesios 1, 4-12; 3, 9-11).
Por su desobediencia, Eva, fue causa de muerte para sí misma y para toda la raza humana. Al contrario, María Santísima, por su obediencia a la Palabra de Dios, se convirtió en causa de salvación tanto para si como para todo el género humano.
Dios ha querido entregar a la criatura humana la vida en abundancia (Cf. Juan 10, 10), condicionando, sin embargo, esta iniciativa suya a una respuesta libre y de amor. Al rechazar este don con la desobediencia que llevó al pecado, el hombre ha interrumpido trágicamente el diálogo vital con el Creador. Al «sí» de Dios, fuente de la plenitud de la vida, se le opuso el «no» del hombre, motivado por la orgullosa autosuficiencia, precursora de muerte (Cf. Romanos 5, 19).
Toda la humanidad quedó seriamente involucrada por esta cerrazón a Dios. Sólo María de Nazaret, en previsión de los méritos de Cristo, fue concebida sin culpa original y abierta totalmente al designio divino. De este modo, el Padre celestial pudo realizar en ella el proyecto que tenía para los hombres.
La Inmaculada Concepción precede el intercambio armonioso entre el «sí» de Dios y el «sí» que María pronuncia con abandono total, cuando el ángel le lleva el anuncio celeste (Cf. Lucas 1, 38). Su «sí», en nombre de la humanidad, vuelve a abrir al mundo las puertas del Paraíso, gracias a la encarnación del Verbo de Dios en su seno, por obra del Espíritu Santo (Cf. Lucas 1, 35).
El proyecto originario de la creación es restaurado de este modo y potenciado en Cristo, y en ese proyecto encuentra su lugar también ella, la Virgen Madre.
Aquí está la división de la historia: con la Inmaculada Concepción de María comenzó la gran obra de la Redención, que tuvo lugar con la sangre preciosa de Cristo. En Él toda persona está llamada a realizarse en plenitud hasta la perfección de la santidad (Cf. Colosenses 1, 28). (09/11/17)